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Alicia Delibes

Mi amigo alemán

Andará cerca de los 55, es profesor de Filosofía en un Gymnasium de la ciudad alemana de Friburg. Nos conocimos cuando ambos, él en Bélgica y yo en Luxemburgo, dábamos clases en la Escuela Europea. Desde entonces hemos mantenido, aun en la distancia, una buena amistad.

Mi amigo es un magnífico representante de esa generación que, en mayo del 68, buscaba la playa bajo los adoquines de París. Cuando aún no había terminado su bachillerato conoció a una encantadora francesita de la se quedó prendado. En cuanto cumplió los 18 años se fugó de casa y se fue a vivir con la chica de sus sueños. Una romántica historia que, a pesar de tener todas las papeletas para durar lo que duran las rosas, dio como fruto la formación de una familia que, hoy por hoy, sigue manteniéndose unida.

Desde que nos separamos, mi amigo alemán suele buscar un rato en sus vacaciones para acercarse a Madrid. Aprovechamos para charlar sobre su vida, sobre la nuestra; de sus hijos, de los nuestros; de la enseñanza en Alemania, de la educación española y hablamos, cómo no, también de política.

Para un español, conversar con alemanes es una experiencia pintoresca. La charla transcurre siempre a media voz, nadie se quita la palabra y uno da tiempo al otro para que pueda construir unas frases bien completas. Dicho sea de paso, confieso que a mí me gusta esa forma de conversar, uno se obliga a pensar mientras habla y a expresar en voz alta un discurso razonado.

Pues bien, en una de sus últimas visitas, sentados una tarde en torno a un café, iniciamos una larga y tranquila discusión sobre el antiamericanismo de nuestra generación. Yo entiendo, le dije, que ese antiamericanismo cuajara en las almas progresistas de los españoles de mi quinta, nos sentíamos engañados por unos Estados Unidos demasiado “comprensivos” con el régimen de Franco, pero se me escapan las razones del éxito de esa propaganda anticapitalista y antiyanqui entre la izquierda alemana que, en pura lógica, debería haberse sentido agradecida a quienes la libraron del nazismo.

Me sorprendió que a mi amigo alemán, que es filósofo y al que no considero ni tonto ni superficial, sólo se le ocurriera contestarme “No sé, quizás fuera por la guerra de Vietnam”.

Después de ver a esos miles de manifestantes que llenaron el sábado las calles de Madrid con sus pancartas de “No a la guerra”, “No a Bush”, “No a Aznar”, “No al imperialismo”. Después de escuchar la lectura del tramposo manifiesto antiyanqui y antiAznar que leyeron nuestros “intelectuales” en la Puerta del Sol, jaleados por un coro de voces que gritaba “asesinos”, me he acordado de aquella conversación que tuve con mi amigo de Friburg.

Para movilizar grandes masas no es necesario buscar razones profundas, el triunfo del anticapitalismo antiliberal es tan grande que basta con nombrar la guerra del Vietnam para que tanto los que la vivieron como sus jóvenes cachorros acudan en masa para llamar asesino a Bush y solidarizarse con cualquiera de los que se le opongan, en este caso Sadam Hussein.

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