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Alicia Delibes

Miedo al islam

Trece meses después del terrorífico atentado de las torres gemelas, cerca de doscientas personas han sido asesinadas en Bali, por haber cometido, como los masacrados en el 11-S, el imperdonable de ser occidentales.

El órgano de la “progresía” intentaba el lunes encontrar un parecido entre el móvil de estos crímenes y el de ese francotirador americano que asesina en nombre de Dios. Si fuera ingenua esta comparación, uno podría ir al capote y decir que ese enloquecido francotirador en realidad mata porque quiere tener, como Dios, el poder de decidir quien debe vivir y quien tiene que morir, mientras que a Ben Laden y sus asesinos lo que les mueve es el odio a una civilización y a una cultura que, digan lo que digan, permite a sus gentes llevar una vida bastante cómoda, tranquila y feliz.

Pero cualquier razonamiento será inútil. Después de este crimen, como tras el atentado de aquel desgraciado 11 de septiembre, la gran mayoría de los progresistas intelectuales europeos intentará convencer a la sociedad de que los Estados Unidos son no sólo las víctimas sino también los responsables de tan tremendos crímenes.

Según recogía el diario ABC, Mario Vargas Llosa, presentó el lunes la nueva Fundación Internacional para la Libertad (FIL) con unas palabras en las que, entre otras cosas, dijo creer que Europa vive una “paranoia contra el inmigrante”.

Tiene razón Vargas Llosa, Europa vive esa paranoia, y la vive fundamentalmente porque, a pesar del esfuerzo de muchos de sus intelectuales por explicar que los ataques islámicos van dirigidos hacia los yanquis capitalistas, poderosos y prepotentes, la ciudadanía europea tiene miedo.

Muchos países como Holanda, Suecia, Francia o Alemania que hace ya bastantes años recibieron mano de obra extranjera y que no se preocuparon entonces por saber si sus huéspedes se integraban bien, mal o regular en su sociedad, han despertado bruscamente, han mirado a su alrededor y han observado unas gentes que llevan ya tiempo instaladas entre ellos y que, sin saber por qué, de pronto empiezan a inspirarles una gran desconfianza.

Esa alegría con la que se ha estado hablando de multiculturalismo, esa tonta ingenuidad con la que los pedagogos progresistas han fomentado la conservación de la lengua, de la cultura y de la religión, está ahora en crisis. Alemanes, franceses, holandeses y suecos han mostrado en los últimos meses una gran preocupación porque los hijos de aquellos que un día llegaron en busca de trabajo, lejos de estar agradecidos a las gentes que les recibieron, pueden haber alimentado hacia ellos tanto odio y rencor que lleguen ahora a convertirse en un verdadero peligro.

No creo que la causa de esta paranoia europea sea, como dijo Vargas Llosa, solamente un miedo a perder la “identidad nacional”. Detrás de esta paranoia se esconde también un miedo real, el miedo al terrorismo islámico.

En vez de mezclar todas las ideas, las culturas, las religiones, las costumbres dentro un mismo y amorfo saco al que se le pone la etiqueta de “inmigración” sería mucho mejor distinguir unas religiones de otras, unas culturas de otras y unas costumbres de otras. No todas las cosas son iguales, como no todas las gentes tienen las mismas intenciones. Si nos guiamos del igualitarismo y utilizamos una sola vara de medir podemos no solamente cometer las más terribles injusticias hacia quienes vienen en busca de una vida mejor, sino también poner en peligro nuestra propia seguridad.

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