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Alicia Delibes

No están las cosas para cuentos

La semana pasada Eduardo Haro Tecglen escribía un artículo en El País titulado Los tres cerditos que no parecía tener más objeto que utilizar ciertos personajes de cuentos infantiles para caricaturizar a algunos de los protagonistas de la política internacional de los últimos meses.

Los tres cerditos de Haro no podían ser otros que Bush, Aznar y Blair, que se habían refugiado en las Azores para conspirar contra un lobo feroz, Sadam Husein. Aprovechaba, de paso, el articulista para insultar a Chencho Arias, “el nuevo Drácula por mordedura” y a la “infantiloide Caperucita Palacio”.

Esta referencia de Tecglen a Caperucita, junto con la propuesta que hace días hicieron algunos pedagogos británicos de cambiar a los cerditos del cuento por otros animales para no herir la sensibilidad musulmana, me ha traído a la memoria un intento que hubo hace ya bastantes años de llamar a caperucita roja “caperucita encarnada”.

No sé de dónde salió aquella idea tan rebuscada y cursi y ni siquiera sé si partió de una derecha ñoña, temerosa de que algún inocente pequeño pudiera, a causa del color de la capa de caperucita, pensar que las niñas rojas eran buenas; o si, por el contrario, fue algún dogmático izquierdista que trataba de impedir que alguien asociara la estupidez de caperucita con la ideología de una joven marxista.

Como era de suponer, lo de “encarnada” no tuvo ningún éxito. De lo cual me alegro porque, pensándolo bien, creo que a ese personajillo, que como dice Tecglen es “infantiloide”, lo de roja le va al pelo. Y es que caperucita es una niña buena por naturaleza, que desconoce la maldad humana y que siempre quiere hacer el bien. En su cabeza no cabe el que pueda haber lobos en el bosque, así que cuando de bruces se topa con el primero le confunde con un buen amigo y gustosa le cede su cestita y la llave de la casa de su abuelita.

Llena de buenas intenciones, caperucita entrega a su pobre abuelita a las fauces del lobo feroz, y no satisfecha aún de su cretinez confunde al astuto animal con la pobre anciana y a punto está de ser ella también devorada.

Menos mal que pasaban por allí unos leñadores bastante brutos que no vacilaron en dar muerte al lobo y con ello devolvieron la vida a la abuela, pusieron a salvo a la niña y terminaron con una pesadilla cuya finalidad es poner en guardia a los niños de las malas intenciones de algunos animales (u hombres) peligrosos que se disfrazan de abuelitas para cometer sus fechorías.

Todos sabemos que no están las cosas para cuentos, pero no quería dejar de agradecer a Haro Tecglen el que me recordara a ese personaje que tanto parecido tiene con las miles y miles de caperucitas rojas que, llenas de buenas intenciones e incapaces de comprender lo que significa la responsabilidad, andan hoy por nuestro mundo. Cuántos jóvenes y adultos progres y buenos, llevados de su siempre loable deseo de impedir una guerra, son incapaces de pensar que con su actitud quizás estén poniendo en peligro la libertad, la vida y, al final también la paz, de mucha gente.

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