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Alicia Delibes

Primeras reflexiones sobre la prostitución

La prostitución es un antiguo asunto, tan viejo como la vida. Muchos han sido los escritores y cineastas que, atraídos por la sordidez de su mundo, lo han convertido en escenario de crímenes y de aventuras más o menos novelescas. Se puede imaginar la vida de prostitutas asesinas, de prostitutas espías, de otras que se convierten en honrosas madres de familia gracias al loco amor de un honrado cliente, e incluso de prostitutas heroicas como aquella Boule de suif de Maupassant que, durante la guerra franco-prusiana, salvó a sus compañeros de viaje ofreciendo sus favores a un oficial alemán. Pero la mayoría de las biografías de las mujeres que ejercen la prostitución son tan tristes, sórdidas y similares como poco convincentes las razones que se esgrimen para mantener su mundo encerrado en el silencio y la clandestinidad.

El problema es muy delicado y su solución, difícil, por eso nuestra sociedad y los poderes públicos tienden a arrinconarlo siempre, sin que partido político alguno se haya atrevido siquiera a proponer soluciones. Se me ocurre que para afrontarlo sería bueno tener siempre presente que una sociedad democrática no debe consentir que en su seno existan grupos situados al margen de la ley que se rijan según unas normas impuestas por los más fuertes como si de la jungla se tratara. La ilegalidad en la que se encuentran las mujeres que ejercen la prostitución las obliga a buscar la protección de un matón, de un chulo, de un patrón que ejerce de “apoderado” en un mundo sin leyes y sin principios. No sólo no podemos eludir nuestra responsabilidad cuando sabemos que se cometen estos abusos, sino que, además, deberíamos ser conscientes de los graves problemas sanitarios que puede acarrear la situación de ilegalidad de este viejo y turbio oficio.

Lo que habrá que preguntarse ahora es por qué un oficio tan antiguo se ha convertido de pronto en el tema político estrella de este verano y por qué tenemos la sensación de que los dirigentes de CiU no han hecho más que destapar la caja de los truenos. Y quizás haya que sospechar que el sempiterno problema de la prostitución ha saltado al primer plano de la actualidad con una inusitada intensidad porque, en nuestros días, está apareciendo relacionado con ese otro gran problema que es la inmigración ilegal.

No es muy difícil imaginar que la llegada masiva de mujeres sin trabajo y sin papeles haya hecho crecer sensiblemente el número de las que, acuciadas por la necesidad, pueden caer en las redes siniestras de las mafias que controlan ese negocio. La llegada de una patera a nuestras costas con un puñado de mujeres indocumentadas que, tras una corta estancia en casas de acogida, es depositada en la calle sin medio alguno para ganarse la vida, probablemente está despertando la codicia de las mafias desaprensivas propietarias de negocios de alterne.

Los poderes públicos y la sociedad deben afrontar este trascendental asunto en el que está en juego la dignidad de muchas mujeres y buscar las fórmulas que impidan la explotación y la ignominia.

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