“Martes 18 de diciembre, Referendum estatal sobre la LOU, participa ” así rezaban los carteles de la convocatoria que las universidades españolas han hecho sobre la LOU. En la papeleta de voto se hacían tres preguntas:
1. ¿Quieres la retirada de la ley orgánica de universidades?
2. Una vez aprobada, ¿pedirías a tu claustro que se declare en desobediencia civil a la LOU?
3. ¿Estarías dispuesto a secundar una huelga general indefinida?
Los alumnos que piden la retirada de la LOU siguen diciendo que la nueva ley quiere privatizar la universidad y cuando se les asegura que, desgraciadamente, no es así, responden que, aunque la ley no lo diga expresamente, “permite adivinar las intenciones privatizadoras de este gobierno de derechas”.
La mayoría de los jóvenes que hablan de las privatizaciones como si de la peste se tratara, lo único que hacen es repetir las consignas de sus progresistas padres y educadores. Aunque también es posible que alguno de ellos sepa de lo que habla y adivine que, si las universidades en vez de un sumidero de dinero público fueran empresas bien gestionadas que buscaran una mejor rentabilidad de los fondos empleados, entonces los universitarios que se eternizan en las carreras porque no pegan ni chapa, porque no sirven para estudiar o porque se matriculan en la universidad al no ocurrírseles nada mejor que hacer, no tendrían cabida en ellas.
Estos chicos repiten como papagayos malintencionados que la privatización de la universidad perjudicaría a los pobres cuando, a poco que pensaran y a poco honestos que fueran, tendrían que reconocer que unas universidades privadas con un amplio sistema de becas a quien favorecería es a los pobres, que con su esfuerzo buscan abrirse camino en la vida y a quien más perjudicaría es a esos señoritos vagos cuyos padres, mientras sea el estado quien cargue con el gasto de la matrícula, están dispuestos a permitir que pasen curso tras curso tocándose las narices.
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