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Alicia Delibes

Teorías conspirativas

En un artículo publicado hace algo más de un mes en el suplemento literario del diario El País, Fernando Savater, con el pretexto de reseñar un librito de Jean-Claude Michéa titulado La escuela de la ignorancia, exponía alguna de sus reflexiones sobre la educación.

Parece ser que Michéa apunta la tesis de que toda la burrez y el analfabetismo en el que parecen regodearse gran parte de los pedagogos de nuestra civilización occidental podría ser consecuencia de una conspiración del “capitalismo globalizado”, que al no precisar de ciudadanos críticos ni inteligentes sólo ha buscado un puñado de privilegiados que tuviera acceso a una buena educación privada.

Me sorprende el encanto que a Savater parece haberle producido esta sugerencia de un escritor que, según él, es representante de “la aún escasa pero creciente cohorte de los anticapitalistas conservadores, que desconfían razonablemente de una aceptación de ‘progreso’ y ‘modernidad’ equivalente en casi todos los casos a la simple desaparición de trabas culturales a la expansión sin límites del mercado”. Y es que Savater, aunque se guarda mucho de dar su absoluta conformidad a esta obrita que califica de “panfleto”, afirma que “lo bueno de los panfletos inteligentes es que dan una voz de alarma sugestiva incluso para quienes no comparten del todo los presupuestos del panfletario”.

Entre las muchas anécdotas e ideas que llenan la autobiografía de Karl Popper, Búsqueda sin término, hay una que podría explicar por qué Savater necesita caer en el tópico de la conspiración capitalista para negar la responsabilidad de la izquierda en el catastrófico resultado de la educación pública. Contaba Popper que, cuando a los 17 años comenzó a cuestionarse la validez de sus creencias marxistas, intentó durante bastante tiempo reprimir sus pensamientos, “en parte por lealtad a mis amigos, en parte por lealtad ‘a la causa’ y en parte porque hay un mecanismo que lo va envolviendo a uno más y más profundamente: una vez que se ha sacrificado la conciencia intelectual en una cuestión de poca monta, no se está dispuesto a abandonar el asunto con demasiada facilidad.”

Aunque avergonzada por la osadía que me lleva a criticar a quien ha dado muestras mil veces de su enorme inteligencia y sabiduría, no puedo evitar el preguntarme si de verdad cree Savater esa teoría de una conspiración del “capitalismo globalizador” para embrutecer a la ciudadanía, o lo que le ocurre es que también él, como Karl Popper, tiene ciertas lealtades que no quiere traicionar. No sé por qué, pero ésta hipótesis conspirativa que gusta a Savater me recuerda a la de quienes insinuaron en su día que tras el atentado del 11 de septiembre estaban los servicios secretos israelíes o la mucho más burda de quienes quieren convencernos de lo beneficioso que aquel terrible atentado está resultando al neoliberalismo capitalista del “tonto” de Bush. Las teorías conspirativas sueles ser tan irrefutables como indemostrables pero, con todo el aprecio y respeto que tengo a Savater, me atrevo a decir que siempre he considerado un tanto frívola la postura de quien recurre a la conspiración cuando su propia razón le obliga a enfrentarse a sus más apreciados y viejos sentimientos.

La educación es, como bien dice Savater, un desastre parecido en casi todos los países occidentales, pero yo no tengo la menor duda de que a los responsables de este gran desastre hay que buscarlos en las filas de la izquierda. Si nos fijamos en el caso de España, para nosotros mucho más conocido, podremos entender mejor lo que ha sucedido. El sistema comprehensivo de enseñanza impuesto por los gobiernos socialistas, unido a ese dogmatismo progre que había entendido que educar en libertad significaba dejar hacer lo que buenamente “el cuerpo pidiera”, ha situado nuestra enseñanza pública ante el precipicio. Resulta que la gran beneficiada de esta situación ha sido la Iglesia, cuyos colegios religiosos, que en los primeros años de la transición amenazaron ruina, se han convertido en la piedra de salvación de una sociedad que no está dispuesta a suicidarse.

Ahora bien, nadie que conozca el asunto puede honradamente sostener, como dicen algunos, que esta situación es el producto de un complot que la Iglesia y el neoliberalismo capitalista han urdido para terminar con la enseñanza pública. Creo conocer suficientemente la enseñanza media y sus entresijos como para asegurar que la responsabilidad de esta ruina de nuestro sistema público de enseñanza recae totalmente sobre la izquierda española.

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