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Alicia Delibes

Una escuela feliz

El jueves 27 de junio el Diario Vasco publicó una entrevista con un investigador pedagógico, un tal Javier Murillo, que fue encabezada por estas sorprendentes y provocadoras palabras: “El sistema educativo vasco es ejemplar y un modelo a seguir en el resto del Estado”. Parece ser que Murillo había sido invitado como gran experto a un seminario que se celebraba en el País Vasco sobre “clima escolar”. Un periodista le pidió su opinión sobre el ambiente que se respira en las escuelas vascas, a las que, según le dijo, “algunos sectores “ descalifican y consideran “cantera de criminales”. Fue entonces cuando Murillo respondió que, según los datos que maneja en sus investigaciones, el ”sistema educativo vasco es un modelo y ejemplo a seguir no solamente para el resto del Estado sino para otros muchos lugares, con medidas que son realmente admirables”.

Pero es que, además, y según refleja la entrevista, este investigador de despacho insinuó que, en general, el ambiente en los centros de enseñanza no es tan conflictivo como se dice en los medios de comunicación y manifestó también su desacuerdo con la idea de que la mejora de la enseñanza pasa por “potenciar el esfuerzo” ya que, según él, no se debe responsabilizar “demasiado” a los alumnos de su propia educación.

Para Javier Murillo lo que se debe hacer para mejorar el sistema escolar es crear “centros felices” en los que padres, profesores, alumnos y demás componentes de la comunidad escolar vivan un clima de “calidez y cercanía”.
Estas ideas no serían más que cándidas ensoñaciones típicas de un pedagogo progre si no fuera porque nuestro investigador parece creer que el mejor laboratorio de construcción de esos “centros felices” es el País Vasco.

No sé si los documentos de los que Javier Murillo se sirve en sus investigaciones cuentan que el 21 de abril de 2001 la organización juvenil Haika congregó en Oyarzun a unos 10.000 jóvenes que, encantados, jaleaban a ETA. No sé si incluyen la larga la lista de profesores que han tenido que abandonar el País Vasco y la mucho más larga de los que jamás se atreverán a manifestar en público queja alguna contra el régimen de terror que los matones simpatizantes del nacionalismo imponen en los centros de enseñanza.

Todos sabemos que los partidos políticos no nacionalistas tiene en estos días problemas para completar sus listas a las elecciones municipales porque la gente de bien está tan atemorizada que prefiere pasar desapercibida. No sé si Javier Murillo ha tenido en cuenta que los hijos de todos ellos acuden cada día a la escuela, a ese “centro feliz” que le gustaría extender al resto del Estado. En esos colegios una gran parte de los niños calla porque tiene miedo, miedo por ellos y, lo que es aún peor, miedo por lo que les pueda pasar a sus padres. Aterroriza el pensar que ese silencio impuesto por el terror pueda ser confundido por algún investigador dogmático como un clima de “calidez y cercanía”.

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