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Álvaro Martín

El mundo de Guermantes

Una instancia que parece creer eso es la CIA, un reciente informe de la cual cifra en 15 años la vigencia del actual modelo europeo –social, económico, demográfico– antes del colapso

John Jay, el primer Fiscal General de EEUU y primer Presidente del Tribunal Supremo –además de, casualmente, primer embajador de EEUU en España– fue inmensamente impopular en 1792-1794. En esos años, como Enviado del presidente Washington negoció un Tratado de no agresión con Gran Bretaña (conocido como Jay Treaty) en una época en que la Francia revolucionaria, el otro contendiente por la supremacía mundial, tenía un gran ascendiente entre la intelligentsia y el pueblo americano de la época. Jay dijo memorablemente entonces que podría cabalgar de noche, de una punta a otra de la costa Este americana, iluminado por las llamaradas desprendidas por la quema ritual de su efigie por exaltados manifestantes. Sin embargo, la historia ha sido extremadamente favorable a Jay: su Tratado –es ampliamente reconocido hoy– salvó a la naciente América de la aniquilación.
 
Pues bien, la reciente gira del Presidente Bush ha sido un éxito sólo si el baremo es que su efigie no ha ardido en cada ciudad europea, como ha ocurrido en otras ocasiones. Y que la reivindicación de su ejecutoria política lleva camino de parecerse a la de John Jay, a la larga. Hasta el semanario alemán izquierdista Stern se preguntaba en su último número si Bush podía haber estado en lo cierto en relación con la intervención en Irak. Por no hablar del Financial Times –indistinguible de The Guardian o Le Monde en su frenética oposición a la Administración Bush– que editorializaba sobre la apertura de Bush a Europa, y la banal y decepcionante respuesta del continente. Hasta Andrew Gilligan –el otrora periodista de la BBC expulsado por los excesos de su celo anti-americano que condujeron a la muerte al científico David Kelley en 2003– otorgaba, en The Spectator, bastante más credibilidad al Presidente Bush en su oposición al levantamiento del embargo europeo de armas a China que a la UE en su decisión de levantarlo.
 
Durante los últimos tres años en Europa era una cuestión de buena educación afirmar que el unilateralismo de Bush había causado un daño irreparable a la relación transatlántica. También resulta, aunque decirlo demuestre peor crianza, que la intifada europea ha sembrado el escepticismo en Washington –y no sólo allí– sobre la voluntad europea de recomponer esa relación o su utilidad real para EEUU. De hecho, en el seno de la Administración, existe el convencimiento creciente de que la OTAN, por poner un ejemplo, no supone un factor significativo para la seguridad de EEUU. Uno puede interpretar el gesto de George Bush, primer Presidente de EEUU que convierte en el eje de su gira a las instituciones de la UE, como un reconocimiento o como un “tour” condescendiente ante una realidad amable pero no muy trascendente para él. Si uno acepta la segunda lectura, la barrida debajo de la alfombra de asuntos que hubieran causado un altercado considerable en otro tiempo –por ejemplo, el embargo de armas a China o la política hacia Irán –se entiende como una forma civilizada de estipular que las cuestiones más sensibles de la política internacional de seguridad no son para discutir con los europeos.
 
Los comentaristas conservadores, de hecho, parten de la base de que la ausencia de contenciosos en esta gira son síntoma de la muerte inminente de una doctrina estratégica en virtud de la cual los intereses de EEUU y Europa eran convergentes. Mark Steyn, en el Daily Telegraph, evoca la metáfora de dos ex amantes que celebran el ser capaces de hablar civilizadamente de, por ejemplo, el tiempo. Janet Daily, en el mismo diario, recuerda la amable reconvención del Presidente Bush a los líderes europeos sobre su aparente falta de entusiasmo a la hora de abrazar la expansión global de la libertad, cuya expresión política es el conjunto de instituciones inventadas por los europeos en los siglos XVII y XVIII que llamamos democracia. The Economist editorializa atónito sobre el levantamiento del embargo de armas europeo a China. El minueto bailado por Schroeder sobre el futuro de la Alianza Atlántica en las dos últimas semanas y que, ante la falta de reacción en la Administración Bush, parece haber provocado más bien recriminaciones entre las capitales europeas, confirma para muchos que la OTAN es simplemente un instrumento diplomático en vías de extinción en su dimensión de seguridad. Una instancia que parece creer eso es la CIA, un reciente informe de la cual cifra en 15 años la vigencia del actual modelo europeo –social, económico, demográfico– antes del colapso. Tal vez la comunidad estratégica americana sólo esté tratando de quitarse de en medio.
 
El Presidente Bush vuelve a casa después de haber abrazado a Chirac, regalado los oídos de Schroeder, compartido podio con Verhoefstadt y sin necesidad de seguir un rastro de banderas americanas o de efigies ardiendo para volver a casa. Las políticas de fondo, sin embargo, están tan lejos hoy como ayer y con la sospecha de que unos y otros han dejado de ser interlocutores en el mundo real, fuera del mundo de Guermantes. Ese gesto del Presidente Bush no era de humildad o de deferencia sino de melancolía.

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