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Álvaro Martín

El tsunami de Bush

Venga o no venga a cuento. Se trate de un tsunami en Asia o de un ataque terrorista en el distrito financiero de Nueva York, el asunto siempre termina siendo la depravación de EEUU

Mahmoud Bakri, del seminario egipcio al-Uslam, ofrece una teoría plausible sobre el tsunami del Sudeste de Asia: fue causado por pruebas nucleares sionistas. A la vista de los patinazos del último año del New York Times y de la CBS, el prestigioso diario The Guardian y la no menos prestigiosa BBC tal vez quieran hacer alguna investigación más sobre esta revelación antes de ofrecerla como verdad incontrovertible al público. Entretanto, podemos ver lo que da de sí la hipótesis científica admitida por la comunidad del pensamiento occidental de este principio de siglo: el tsunami fue causado por el calentamiento global, a su vez ocasionado por los insaciables intereses de la industria petrolera que colocaron a Bush y Cheney en la Casa Blanca. De hecho, Cheney, si no recuerdo mal, era el causante del final del mundo en la divertida eco-tragedia “El Día Después”, estrenada en la primavera pasada, y que estremeció de placer a la campaña de John Kerry. En el filme, un tsunami se llevaba por delante a Nueva York. (En Hollywood, se destruye Nueva York en nueve de cada diez películas de acción, generalmente por causas relacionadas en último término con las maquinaciones del Partido Republicano o con travestidos neonazis de Salzsburgo, pero a las Grandes Conciencias de Beverly Hills nunca se les ocurre un argumento donde los malos sean los que destruyeron de verdad una parte de Nueva York un 11 de septiembre.)
 
Causado el desastre, las Grandes Conciencias, Sección Naciones Unidas, pusieron el dedo en la llaga. El funcionario noruego al frente de la Oficina de Asistencia Humanitaria de la ONU, revestido de la autoridad moral que da el pertenecer a la organización creadora de los programas “petróleo por fraude” en Irak o “sexo por comida” en África, acusó a los grandes países occidentales (vulgo EEUU) de “tacañería”. Es decir, de no contribuir suficientemente a paliar las consecuencias del desastre. La ONU ha contribuido generosamente en la forma que lo hace siempre: enviando un par de burócratas a realizar una “evaluación de las necesidades”, para “coordinar” y para conferir autoridad moral, por supuesto. Entretanto, los supervivientes sobrevivían porque el Ejército americano les suministraba alimentos y medicinas y porque las agencias de este país y de otros estados de la zona estaban sobre el terreno no “evaluando necesidades” sino mitigándolas en la realidad. Tan material era la asistencia que las Grandes Conciencias, sector Humanidades, por boca de la ex-ministra británica Claire Short, alertaron sobre la deliberada deslegitimación de la ONU por parte de EEUU y sus aliados (Australia, Japón, Singapur), al operar independientemente de Kofi Annan. Por supuesto. Habría que esperar el resultado de la “evaluación” y poner en marcha uno de esos programas humanitarios con dinero, sexo y buenos sentimientos.
 
No se puede ganar siempre, sobre todo si se parte de una premisa rígida como maldecir de EEUU en cualquier circunstancia y operando en condiciones de casi perfecta ignorancia y/o fanatismo. En la cuestión de la ayuda global humanitaria, EEUU es, de muy largo, el mayor donante. Más del 50% de ese tipo de flujos salen del “tacaño” país, eso sin contabilizar las ayudas que no salen forzadamente de los impuestos de sus ciudadanos –conocidas como “ayuda oficial”– sino de sus conciencias (con minúscula). Microsoft, Amazon o Barnes and Noble están muy por encima, en contribuciones al Sudeste de Asia, de la mayoría de los estados occidentales. Es simplemente otro concepto: Claire Short y la ONU creen en la presión fiscal a los ciudadanos y en dar el dinero a la burocracia internacional y otros creen en eliminar unas cuantas capas “humanitarias” entre la buena voluntad de la gente y los beneficiarios.
 
Lo singular de este mundo en que nos toca vivir es la inserción de la Segunda Gran Teoría Universal por parte de políticos, activistas y medios de comunicación en cualquier acontecimiento bajo el sol. Venga o no venga a cuento. Se trate de un tsunami en Asia o de un ataque terrorista en el distrito financiero de Nueva York, el asunto siempre termina siendo la depravación de EEUU. Esta Segunda Gran Teoría es por supuesto deudora de la Primera Gran Teoría Universal –la culpa es del sionismo– y probablemente un subgénero de la misma, si uno escucha bien a las racionalizaciones de los “intelectuales” de Quartier Latin sobre el apoyo de EEUU a Israel como fuente incesante de animosidad a América. Demasiado cómodo, demasiado banal, demasiado años 30 y demasiado peligroso.
 
Los profesionales de la sofisticación, de los que aquí tenemos en número infinito, pueden trazar una mágica línea argumental desde el tronco enhiesto de su prejuicio directamente hasta George Bush, pasando por el Tratado de Kioto y los tsunamis. Pueden pretender que el nuevo método científico de nuestro siglo consiste en partir de la posiciones de la Administración americana e identificar las opuestas como “ciencia”. Los internacionalistas se pueden permitir el lujo de evaluar necesidades y crear programas sobre la base de esas premisas. Pero si el salón de casa ha sido anegado por el mar y la familia está agarrada a un árbol, ¿en quién depositaría uno la esperanza de poder contarlo? ¿En la “legitimidad” de Naciones Unidas? ¿O en la perversa potencia imperialista que tiene la capacidad y la voluntad de proyectar sus Fuerzas Armadas y sus recursos a un mundo de distancia?

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