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Álvaro Martín

Sgrena II

Los soldados americanos, enfrentados a un coche lanzado a gran velocidad en su dirección abren fuego. Las cosas vuelven a su orden natural. Los americanos vuelven a ser asesinos, los terroristas resistentes y los periodistas víctimas.

A Fabrizio Quattrocchi
 
En la última entrega de la heroica pugna de los medios de comunicación occidentales contra la realidad, dejamos a The Guardian, The New York Times, Der Spiegel, PBS y Newsweek preguntándose si a lo mejor algo bueno no habría surgido de la invasión de Irak. Algunos trataban desesperadamente de localizar el mérito en los sitios más insospechados. Por ejemplo, Timothy Garton Ash, la nueva estrella de la sabiduría recibida, atribuía buena parte del mérito de la evolución democrática de las últimas semanas en Oriente Medio a... Osama Ben Laden, por haber puesto en marcha, aun involuntariamente, una dinámica de cambio (matar 3000 personas de una vez, es lo que tiene). En todo caso, Osama, o quien fuera, también había sacudido los cimientos de la bienpensanterie y dislocado levemente la lógica circular antiamericana de determinados medios (afortunadamente esa lógica siempre permanece incólume en España, en este frente, no hay nada de qué preocuparse).
 
Pero, en la noche de Bagdad, un vehículo avanza a muy buen ritmo hacia el aeropuerto internacional ("íbamos a gran velocidad y bromeábamos sobre lo irónico que sería un incidente de después de mi liberación"). Al parecer un precio elevado había satisfecho las demandas de los secuestradores de Giuliana Sgrena. Las autoridades militares en una zona de guerra en la que la mayor parte de las bajas se producen por coches bomba conducidos por suicidas no habían sido informadas adecuadamente sobre la evacuación de Sgrena, probablemente por la voluntad de ocultamiento de la discutible transacción (la clandestinidad de la evacuación no era necesaria: la Coalición hubiera facilitado la seguridad de la operación y hubiera dejado las preguntas para las autoridades políticas). Los soldados americanos, enfrentados a un coche lanzado a gran velocidad en su dirección abren fuego. Las cosas vuelven a su orden natural. Los americanos vuelven a ser asesinos, los terroristas resistentes y los periodistas víctimas.
 
Hay dos razones por las que el Gobierno del Gran Satán rechaza el pago de rescates. En primer lugar, porque sirve para adquirir armas y reclutar más terroristas para seguir secuestrando, torturando y matando. En segundo lugar, porque el éxito empresarial de la industria del secuestro reivindica esta particular línea de negocio y pone en grave riesgo a todos los occidentales en Irak. Si, además, se consiguen cuñas publicitarias, a favor de la "resistencia" y en contra de EEUU, tan valiosas como las ofrecidas por Sgrena, el éxito de la transacción es extraordinario. Y el efecto, en la Guerra contra el Terror, letal.
 
Hablando de razones, hay una muy buena por la que, desde hace muchos años, no hay crisis de rehenes o secuestrados donde, por acumulación de efectivos, de capacidades materiales y de razones, más podrían producirse. La política del Gobierno de la Entidad Sionista es que cuando un ciudadano israelí es secuestrado inmediatamente se inician los trámites para declararle fallecido a todos los efectos legales. Las Fuerzas Armadas y el Gobierno dirigen entonces todos sus recursos a perseguir a los captores, el objetivo central. Si el rehén sobrevive, tanto mejor. Se le instaura en su situación legal y vuelve a la vida civil. El efecto de esta política es la perfecta disuasión. Los ciudadanos están a salvo del secuestro porque ningún grupo violento tiene nada que ganar: no habrá pago de secuestro alguno, ni publicidad gratuita, ni historias de interés humano en la BBC, ni angustiados movimientos sociales demandando a Blair-Berlusconi-Koizumi-Kwasniewski la capitulación.
 
Por contra, el secuestro de un ciudadano británico, italiano, japonés o polaco es la ocasión para la repetición ad nauseam (literalmente) de las imágenes de la cautividad en las televisiones y medios occidentales y de los desgarrados familiares asaeteando al Gobierno de turno. Para la proliferación de editoriales "humanitarios" exigiendo la negociación. Para las preguntas indignadas en el Parlamento. Para las manifestaciones denunciando a Bush y el sionismo como agentes últimos de la barbarie. Para la exigencia de retirada de las tropas de todas partes. Y para la valiente denuncia del cristianismo por intelectuales como Crissy Hinde (The Pretenders) y Madonna o dramaturgos como los celebrados autores de "Me cago en..." o "We are sending you a bomb from Jesus". La decisión de los terroristas de secuestrar y decapitar puede tal vez no ser muy legítima, pero es perfectamente racional en vista de la forma inteligente en que tocan la música del viento hueco de la sociedad occidental como una perfecta sinfonía.
 
Mucho menos se entiende la grotesca apología del terror y la inagotable cantera de tontos útiles con la que los militantes siempre pueden contar para dar a conocer su mensaje. Un mensaje que es muy directo, por lo demás, y publicitariamente mucho más efectivo que un concierto de Crissy o un lírico docudrama de Michael (Moore). De hecho, lo es mucho más que un artículo lleno de polisílabos de Garton Ash o incluso que un cassete de Osama con los grandes éxitos de Al Andalus. El asesinato no es el vehículo del mensaje. Es el mensaje.
 
No sé quién es Sgrena. No soy un fan suyo ni de Dario Fo, el valiente luchador de causas que ya están ganadas, perfecto manifestante de ocasión. Soy un fan del guardia de seguridad Fabrizio Quattrocchi, secuestrado y asesinado en abril de 2004, que en un acto de sublime decencia afrontó la muerte con dignidad y valentía, infligiendo a los terroristas un golpe más duro que el que separó su cabeza de sus hombros. Al Jazeera dio la tónica del tratamiento informativo de la "ejecución" de Quatrocchi: censuró las imágenes porque eran demasiado gráficas. En eso les siguieron todas las televisiones occidentales. Ninguno de esos medios ha tenido, ni antes ni después, empacho alguno en repetir una y otra vez las escenas de decapitaciones similares. Dario Fo no se ha manifestado en memoria de Quatrocchi a quien, sin embargo, medios progresistas calificaron como "mercenario".
 
Hablando de héroes...

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