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Álvaro Vargas Llosa

Volver a nacer

Chávez es hijo de ese resentimiento profundo. Y, en lugar de desmontar el aparato que empobreció al pueblo, lo llevó a su máxima expresión.

Estuve en Venezuela durante el referéndum revocatorio del 15 de agosto. A pesar de haber tenido lugar bajo circunstancias muy intimidatorias y un asfixiante grado de control gubernamental, no puede negarse que Hugo Chávez tuvo apoyo popular para superar la prueba. Los adversarios de Chávez tienen que hacer un profundo examen de conciencia si quieren que sus esfuerzos rindan fruto en el futuro.
 
No debe, desde luego, quedar duda alguna respecto de la naturaleza de ese régimen. Si no hubiera sido por el valor de más de 3 millones de venezolanos que, en base a la resistencia civil, le han complicado la vida a Chávez, Venezuela, quinto productor de petróleo del mundo y tercer abastecedor de los Estados Unidos, estaría camino de ser un estado totalitario. Tras su llegada al poder en 1999, Chávez echó por tierra la constitución y se hizo una a la medida, utilizando su popularidad para avasallar a la oposición con referendos y elecciones ad hoc, y para reemplazar las instituciones existentes con una Asamblea Nacional controlada, un Tribunal Supremo servil y un Consejo Nacional Electoral sometido. Mediante el uso de matones –los "círculos bolivarianos", calcados de los "comités de la revolución" cubanos-, ha intimidado a muchos opositores. Dos matanzas han quedado impunes y hay prisioneros políticos como el alcalde Henrique Capriles, acusado de organizar una manifestación frente a la embajada de Cuba (traté sin éxito de visitarlo en la DISIP, sede de la temible la policía política venezolana).
 
Sin embargo, Chávez probó el 15 de agosto que tiene una base social considerable. Hay varios factores que explican esto. El más importante es el odio al antiguo régimen, la "república puntofijista", como se conoce a las cuatro décadas de democracia corrompida que van de 1958 a 1998. Un grupo de intereses privados atados al Estado y, en particular, a la industria petrolera (que fue nacionalizada en los años 70) gozó de los beneficios de un sistema que privó del acceso al capital al mayor número. El ejército, al que untaron con el dinero del petróleo, se mantuvo alejado de la política y el pueblo recibió lo poco que el sistema redistributivo le podía ofrecer. Un dato lo dice todo. En el último cuarto de siglo de aquella era, Venezuela acumuló 300 mil millones de dólares, más de dos terceras partes de la deuda total de América Latina a comienzos de los 90. Nada de eso desarrolló al país, y la gente se convenció de que la clase alta y blanca se había robado su riqueza.
 
Chávez es hijo de ese resentimiento profundo. Y, en lugar de desmontar el aparato que empobreció al pueblo, lo llevó a su máxima expresión. Por eso se hizo impopular tras los dos primeros años de gobierno. Pero desde entonces la polarización de la sociedad venezolana le ha permitido reposicionarse como el adalid de los pobres y azote de los vestigios del antiguo régimen. El caudillo –y este es el segundo factor en su cuestionada victoria- ha volcado un torrente de dinero proveniente de petróleo sobre los "barrios" de Venezuela, a través de una red social que él llama "misiones" y que ofrece desde alimentos hasta becas educativas. Se trata de dádivas, no de inversiones que crean empleo. En realidad, la economía está en ruinas, tras la caída de casi 10 por ciento del PBI en 2003. Decenas de miles de pequeñas empresas han cerrado. Pero mientras el petróleo le suministre a Chávez 20 mil millones de dólares anuales, puede financiar su populismo.
 
El último factor tiene que ver con la oposición. Acción Democrática y Copei, dos partidos que encarnan el "puntofijismo", son predominantes, junto con otras reliquias como el MAS, por encima de grupos nuevos, como Primero Justicia. La oposición cometió graves errores, como la intentona golpista de abril de 2002 y la huelga petrolera de comienzos de 2003, que convirtió a Chávez en víctima y nubló en la mente popular el hecho de que ha sido este gobierno el que ha creado más de 5 millones de nuevos pobres. La huelga también dio a Chávez el pretexto para purgar PDVSA de todo vestigio de administración racional. Luego la convirtió en fuente de dinero para grupos radicales como los "piqueteros" argentinos, o el MAS en Bolivia.
 
Con el precio del barril a 47 dólares, Chávez puede estar seguro de que Estados Unidos –ansioso de evitar, en plena campaña electoral, nuevos aumentos del precio del crudo- llevará la fiesta en paz. Después de todo, Chávez nunca ha dejado de enviar 1,5 millones de barriles diarios a Estado Unidos, o de pagar deudas, pues sabe que su base de poder depende del ingreso petrolero.
 
La oposición debe volver a nacer, con un pensamiento radicalmente distinto y caras nuevas. Y demostrar ante los pobres que Chávez ha perpetuado, en lugar de transformar, el antiguo régimen. Si la oposición se recupera de este traspié, deja que la nueva generación tome la posta y pone al descubierto la similitud entre el sistema clientelista y mercantilista de Chávez y el del antiguo régimen, tendrá opción en las presidenciales, dentro de un par de años.

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