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Álvaro Vermoet Hidalgo

Rajoy, contra el legado económico del PP

Incluso en materia económica, el PP está dilapidando la herencia de Aznar, cuyo único reducto es el Gobierno de la Comunidad de Madrid.

Lejos de aprovechar la crisis económica para identificar al PP con los principios que imperaron durante los Gobiernos de Aznar, Mariano Rajoy parece haberse abonado a eso que llaman “liberalismo simpático”, que no es liberal sino socialdemócrata y que no es simpático sino conformista con el cambio de régimen político que se está produciendo en España, vía reforma de los Estatutos de Autonomía y de control del Tribunal Constitucional. No olvidemos que cuando el PP habla de centrarse y dialogar siempre se refiere a hacerlo con los nacionalistas. Rajoy parece que ha asumido la estrategia de heredar el poder por desgaste natural del PSOE a través de la desmovilización de la izquierda y a costa de renunciar a la batalla de las ideas. En definitiva, cree que más que a unas elecciones se presenta a unas oposiciones ante un jurado sociológicamente de izquierdas. 

Precisamente, con el fin de llevar a cabo este nuevo viaje al centro, el PP no le discute a la progresía internacional sus demagógicas proclamas que se haya venido abajo el “modelo neoliberal”, que es como, al parecer, se le llama a un sistema en el que el Estado ofrece dinero a un tipo de interés más bajo del que imperaría en un mercado libre para que parezca que la economía crece de manera más rápida. Se trata de la misma actitud que lleva a algunos dirigentes del PP a apoyar a Obama, a no firmar el Manifiesto por la lengua común o a acosar a la Cadena Cope. Ahora bien, ¿no era el verdadero liberalismo, el de Aznar y Rato, el que había dado al PP ese bagaje en lo económico al que apela Rajoy? ¿No es contradictorio apartarse de la herencia de Aznar y, sin embargo, ofrecer como único discurso de oposición la capacidad de gestión económica que acreditaron sus Gobiernos? Según el CIS, este nuevo rumbo lo que ha conseguido es todo lo contrario: que la mayoría de los ciudadanos confíen más en Zapatero que en el PP para gestionar la economía.

Lo que ocurre en realidad es que en este viaje a ninguna parte del nuevo PP, que Rajoy quería vender como el partido de la gestión económica, se ha deshecho sin quererlo de ese bagaje económico al renunciar a las ideas que impulsaron el proyecto de Aznar en la década de los 90. Así, vemos cómo la oposición no se opone al plan de rescate de 50.000 millones de euros para bancos y cajas, firmando un cheque absolutamente en blanco –en cantidad, en destinatario y en fecha de pago– a ZP sin hacer preguntas, pese a que ahora, al parecer, ni siquiera hacía falta ese dinero, pese a la más que probable oposición de la mayoría de la población a improvisar con un 5% de la riqueza que se genera en España y pese a que criticarlo sería lo coherente con las ideas que le dieron al PP los resultados a los que apela para avalar su capacidad de gestión.

Y esto también explicaría que el Gobierno haya utilizado por primera vez desde 1994 su facultad de vetar cualquier enmienda en la tramitación parlamentaria de los Presupuestos que suponga reducir ingresos del Estado –que es precisamente lo que hay que hacer en tiempos de crisis–, sin que la presunta oposición del PP haya montado el jaleo que montó entonces junto a la Izquierda Unida de Julio Anguita (de hecho, sin haber montado jaleo alguno). Esta oposición “en lo económico” del PP de Rajoy ha conseguido que no haya trascendido la utilización de un instrumento de veto que en 1994 formó tal escándalo que el Gobierno felipista acabó dando marcha atrás.

La conclusión es evidente: incluso en materia económica, el PP está dilapidando la herencia de Aznar, cuyo único reducto es el Gobierno de la Comunidad de Madrid. En materia de estabilidad presupuestaria, una de las banderas del proyecto económico del PP de Aznar, también abdica el partido de Rajoy. Los diez mil millones de euros destinados a no se sabe qué este año, y los veinte mil millones del año que viene, han vulnerado flagrantemente la legalidad en materia de estabilidad presupuestaria, porque se trata de un gasto que no se sabe de dónde va a salir y que no está presupuestado en una misma partida, es decir, que se va a obtener de dónde sea y cómo sea, alterando las ya de por si irreales previsiones de gasto.

Los resultados electorales del 9 de marzo fueron los peores posibles para el Partido Popular: ni ganó ni perdió de tal forma que Rajoy tuviera que dejarlo. Yo sigo convencido de que Mariano Rajoy habría sido un buen presidente del Gobierno. Y sigo convencido de que tenía derecho a una segunda oportunidad después de las elecciones posteriores a los atentados del 11 de marzo (sin jornada de reflexión y con el acoso mediático a las sedes del PP). Pero nadie tiene derecho a tantas oportunidades porque ya llevamos ocho años de oposición garantizada. La pasada legislatura mucha gente pensaba y decía que Rajoy no ganaría. Perdió y seguimos exactamente igual. Pero otra previsible derrota en 2012, si Rajoy sigue al frente del PP, implicaría ya doce años de oposición. Y nadie, ni siquiera Rajoy, tiene derecho a hacer eso a un partido que fue, y debiera volver a ser, una auténtica alternativa de Gobierno para España.

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