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Amando de Miguel

A los cascos de los caballos

Todos decimos alguna vez el latiguillo “perdón por la redundancia”. Es una figura del lenguaje que consiste en repetir alguna palabra o idea normalmente de forma inmoderada, aunque puede resultar elegante. Ahí está la gracia y el riesgo del idioma. La redundancia no debe confundirse con el pleonasmo, que es el añadido de una palabra, normalmente innecesaria por obvia o esperada. También puede ocurrir que sea un defecto o una forma de elegancia. Leo una crónica de Fernando Jáuregui en La Razón (15 de marzo, 2003): “Si hay alguien que puede recibir cascotes de toda esta crisis [la de Irak], ese es, perdón por la mala redundancia, [Álvarez] Cascos”. Ni buena, ni mala, no se trata de ninguna redundancia. Aquí estamos más bien ante un retruécano, un calambur, es decir, un mal chiste. Suelen ser así los que juegan con el nombre o el apellido de una persona. ¡Pues no habré oído yo retruécanos con mi nombre de bautismo! Habrán de saber que Amando no viene del verbo “amar” sino de “almendro”. Claro que esos juegos de palabras y nombres pueden ser bien divertidos.


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