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Amando de Miguel

Afectación y cursilería

Claudio Verdú Egea (Rivas-Vaciamadrid, Madrid) corrige una famosa cita que yo hacía del Quijote: “Llaneza, muchacho; no te encumbres, que toda afectación es mala” (II, 26). Por lo visto yo había puesto “no te encubras”. Fue un error. Por cierto, la frase famosa no la dice don Quijote, sino el farsante de maese Pedro; se la dirige a su ayudante, el truchimán. Es de notable aplicación en los tiempos que corren, atravesados de afectación y cursilería.
 
Francisco Serrano Acedo acaba de leer el Quijote por tercera vez y se ha fijado que la palabra talante aparece varias veces. En efecto, a Cervantes le gustaba mucho esa palabra, tan asociada a talento. En el Quijote se muestra que es una palabra con un sentido neutro, es decir, hay que adjetivarlo de buen o mal talante, mejor o peor. En el Diccionario de Roque Barcia se dice que “el talante es el talento de la voluntad y del corazón, como el talento es el talante de la inteligencia, de la meditación, del raciocinio”. Me suena vagamente que talante es una palabra muy de José Ortega y Gasset y de José Antonio Primo de Rivera. Espero que algún lector entusiasta busque las citas correspondientes.
 
José A. Martínez Pons señala “una muestra de lo cursi y pseudomoderno en el lenguaje de las líneas aéreas”. Es el caso de que “tal compañía va a prestar servicio con tres frecuencias diarias”. Añade don José A.: “Lo lógico sería con una frecuencia de tres vuelos diarios”. Añado que podría ser también “una cadencia de tres vuelos diarios”.
 
Carlos Vázquez apunta una moda cansina, la de decir “entre comillas” en el lenguaje oral. Anticipa: “Y no me diga usted que se trata de una licencia, porque menos licencia y más disciplina”. No es una licencia literaria, sino un mal influjo del inglés. La lengua inglesa mantiene una entonación fija, monocorde a veces, lo que lleva a tener que decir “entre comillas” cuando se quiere dar énfasis a una palabra o una frase. En ese caso se suele acompañar con el gesto de dibujar en el aire las comillas con los dedos índice y corazón de ambas manos. Pero el castellano es un idioma más expresivo que permite variar la entonación, de tal forma que no haya que acudir a ese recurso de decir “comillas”. Se supone que el interlocutor, cuando recurre a ese gesto, es una persona informada, instruida.
 
Eduardo Barrachina (Londres) señala que ha visitado algunas webs que emiten los despachos de abogados españoles y ha visto algunas “joyas” que me comenta. Por ejemplo, un despacho asegura que “puede acometer tareas”, no realizarlas o llevarlas a cabo. Otro dice que “tiene extensiva experiencia”, por extensa o amplia. Un tercero subraya que está “recién implantado en Madrid”, por instalado. El lector se preguntará por la capacidad profesional de esos famosos despachos si así destrozan el idioma en el que van a trabajar.
 
Ignacio del Canto descubre una manía en el habla actual: el abuso del verbo literalmente. Al final no quiere decir nada. Sucede algo parecido con el de hecho o el realmente. Prueben a eliminar esos adverbios y verán que las frases quieren decir lo mismo que con ellos. Confieso que yo mismo abuso mucho de esos adverbios. Trataré de corregirme. Aquí estamos todos para aprender y disfrutar.
 
Enrique Guillén Martí (Murcia), cansado con lo de “los vascos y las vascas”, propone que se distinga “el ciudadanío” para los españoles varones y “la ciudadanía” para las españolas. Comprendo que es una humorada y un desahogo, pero no hay que llegar a tanto. En español tenemos masculinos genéricos (los “individuos”), pero también algunos femeninos genéricos (las “personas”).
 
Miguel A. Pérez comenta la manía de los comentaristas al introducir una expresión culta y repetirla hasta el hartazgo. Pone como ejemplo de “sede parlamentaria”. Comparto el sentimiento de hastío que provoca esa cursilada.
 
Me parece que habrá que instituir un nuevo premio, el del oxímoron más imaginativo. El primer candidato lo presenta Luis Alfonso Rodríguez de Trío y Pérez. Es el presidente del Gobierno, quien ha vendido a Venezuela “fragatas de uso civil”, se supone que con cañones sin ánima. Animado por tal derroche de imaginación, don Luis Alfonso propone varios otros oxímoros del rubro armamentístico a cual más divertido: “destructores constructivos”, “submarinos de superficie”, “minas pro personal”, “armas de uso pacífico”. Por lo mismo sugiere que se rebauticen las fragatas nacionales con nombres pacifistas: “Humanitaria”, “Candorosa”, etc. Añado que lo del lenguaje no tiene que ser siempre tan serio como el orinal del Papa, con perdón.

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