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Amando de Miguel

América

Rafael Pina (Cuba) se pregunta si podemos seguir llamando Pekín a la capital de China. Yo creo que sí, a pesar de lo que digan los manuales de estilo. Lo de Beijín que aconsejan esos manuales resulta una imposición un tanto forzada. También inquiere don Rafael si el verbo evacuar se dice “evacuar a los vecinos de tal lugar” o “evacuar tal lugar”. No sabría decirlo. Las dos formas me suenan bien. Sí debo advertir que el verbo se conjuga en España como “averiguar”; es decir, “yo evacuo”. En cambio, quizá en Cuba y en otros países americanos se conjugue como “actuar”; esto es, “yo evacúo”. Más interesante es lo que dice don Rafael, que en el sentido de “defecar” en Cuba se dice también corregir. Presumo que entonces lo de corregidor (voz antigua para “alcalde”) debe de sonar chistoso.
 
Rafael Moras (Córdoba, Veracruz, México) me cuenta que está disfrutando con la lectura del Quijote, a sus 50 años (los mismos que tenía el hidalgo). Se topa don Rafael con los ágiles subjuntivos de Cervantes (“la suerte es de quien la buscare”). En efecto, estamos a punto de perder esa maravillosa propiedad del subjuntivo, el modo de la ambigüedad, que a mí tanto me gusta. Habrá que salir a recuperarlo allí donde se encontrare. Ya de paso, don Rafael me envía un estupendo trabucazo: “Me han dicho que soy interpenso (= hipertenso)”. Todos recordamos los simpáticos trabucazos de Cantinflas.
 
Rubén Carrillo Ruiz (Colima, México) sigue fielmente esta seccioncilla, cosa que agradezco. Apunto su sugerencia de “hacer unos ejercicios institucionales para determinar la salud lingüística de los profesores, de los alumnos, de los funcionarios”. Don Rubén envíeme más detalles sobre el experimento para probarlo en la mamá patria. Aquí, ni modo.
 
Alfonso Vázquez (México) recuerda algunas variaciones del “castellano mexicano”. Veamos. Niño (= bodoque, escuinche, chamaco, chilpayate). Novia (= novilla, chamacona). Tomarse unas copas (= echarse unos tragos o unos alipuses). Para que se vea la riqueza del mexicano actual recomiendo un libro que acaba de salir: José Luis Camba Arriola, Historia de otras putas que ni están tristes, ni tampoco son mías (México: Cástor y Pólux).
 
Jaime Lerner (Tel Aviv, Israel) vuelve a la carga con la construcción “informar de que”. Le parece malsonante. A don Jaime le gusta más “informar que”. Todo es cuestión de costumbres. En España resulta más correcta la forma “informar de que”. Parece que la pregunta lógica sería: “¿de qué me informa?” y no “¿qué me informa?” Es claro que en Hispanoamérica se inclinan por la forma “informar que”. Mi impresión es que esa última es la que se acabará imponiendo también en España, porque la lengua es algo vivo. Pero de momento la distinción es como digo.
 
Aprovecha don Jaime para hacer un ejercicio de futurición sobre el porvenir de un Brasil “Lusohispánico”, a propósito de la enseñanza del español en las escuelas brasileras. Sostiene don Jaime que ese “objetivo” de un Brasil lusohispánico ya lo “han internalizado sus elites políticas y culturales”. Pero él mismo acusa la primera dificultad: ¿Cómo se van a improvisar los 230.000 maestros de español que necesita Brasil? No acabo yo de interiorizar (mejor que “internalizar”) ese futurible de un Brasil que así “será la próxima gran potencia occidental”. Brasil lleva más de un siglo queriendo ser la gran potencia occidental. No dará el salto mientras siga dominando el populismo. Pero, en fin, ojalá los brasileros incorporen el español como lengua de comunicación. No estaría de más que los españoles aprendiéramos portugués.
 
Gustavo Laterza (Asunción, Paraguay) protesta, con razón, de que yo restrinja el voseo a la Argentina. Don Gustavo sostiene que el voseo pertenece también a los paraguayos, uruguayos y nicaragüenses. Añado que quizá no a todos. El uso del vos, tan musical, se lo he oído a algún colombiano. Sin embargo, hay que comprender que el voseo se asigne al habla no ya argentina sino porteña (de Buenos Aires). Por lo mismo, se consideran “porteños” los habitantes de otras varias ciudades que son puerto. Lo que parece variación es riqueza.
 
Jean Desvars (Concepción, Paraguay) cuenta que en su pueblo es notable la abundancia de hormigas, al ser un clima tropical. Es fácil encontrar unas cuantas hormigas ahogadas en el pocillo de la leche. Hay una forma de sacar partido a ese inconveniente. La mamá convence al niño que mira con desagrado las hormigas en el plato: “Comer hormigas hace que uno hable mejor español”. Es decir, comiendo hormigas se mejorará el yopará (mezcla de español y guaraní) con raíces españolas. Comenta doña Jean: “Si esto no es lengua viva, ¿qué es?”. Lengua vivísima. Creo que, a partir de ahora, sería una buena cosa que los libertarios nos comiéramos la hormiga o el mosquito que cae inadvertidamente en el plato o en el vaso. De esa forma mejoraría nuestro español.
 
Luis Lebredo (California) dice que en la América hispana los hombres se refieren a su cónyuge como “mi señora”. Lo de “mi mujer” [de los españoles] se reserva para las amantes. Las mexicanas de California llaman al marido “mi señor”. Me encanta.
 
Efraim Osorio López (Manizales, Colombia) me envía una sabrosa crónica de una columna parecida a “La lengua viva” que mantiene en el periódico de su ciudad. Se llama “Quisquillas de alguna importancia”. Me satisface comprobar que en la vida pública de Colombia se cometen disparates léxicos muy parecidos a los que registramos en España. Eso de compartir los mismos vicios une mucho (dicho carcelario).

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