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Amando de Miguel

Avalancha o estampida

Hay que tener mucho cuidado con la introducción de palabras cultas en el lenguaje coloquial.

El trágico suceso del Madrid Arena nos ha conmovido a todos. No me corresponde ahora el comentario sobre causas y responsabilidades. Ni siquiera voy a señalar el contraste entre el dato del 50% de paro en los jóvenes y esa manifestación de orgía gregaria. Apunto solo una cuestión mínima. Casi todo el mundo ha dicho que se trató de una avalancha. El término no es el apropiado. La avalancha es una masa de nieve, piedras o tierra que se precipita por una pendiente. Lo que sucedió en la siniestra discoteca es una estampida. Se define como la huida precipitada y desordenada de una multitud, movida por el pánico ante un peligro. Hay quien ha dicho lo de "avalancha humana". No es necesario. Basta con estampida, que también puede emplearse para los animales, por ejemplo, cuando huyen despavoridos del fuego.

Puesto que me refiero a un encontronazo violento entre personas, bueno será que recordemos un viejo verbo que ya no se emplea: colidir o chocar violentamente. De él procede el sustantivo colisión. A su vez, de ese nombre hemos dado en colisionar. No me extraña que alguien pase a decir colisionación. Eso es lo que se llama la degradación del idioma.

Hay que tener mucho cuidado con la introducción de palabras cultas en el lenguaje coloquial. El otro día oí (y no escuché, como es moda decir) que un manifestante de no sé qué movilización sindical gritaba: "¡Reivindicamos los recortes del Gobierno!". Supongo que intentaba significar lo contrario, que estaban contra los recortes. Esto es, querían que aumentara el gasto público. Claro que a ver quién se atreve a pedir ahora más gasto público.

Cuando alguien muy redicho desea introducir un giro popular en la conversación, un refrán o cosa parecida, puede emplear esta introducción: "Como dicen en mi tierra..." o "en mi pueblo...". No hace falta ese argumento de autoridad cuando lo que sigue es un lugar común, que se oye en toda tierra de garbanzos. Por ejemplo: "Como dicen en mi pueblo, al pan, pan y al vino, vino".

Hay cultismos que son más bien elementos de alguna jerga y que acaban imponiéndose. Por ejemplo, el verbo descontar, en el sentido de suponer, dar por supuesto. Era típico de la jerga de los analistas de Bolsa y círculos próximos, pero ahora se ha hecho general en los ambientes políticos o periodísticos. Tanto es así que el verbo suponer se nos ha hecho vulgar. Ya tenemos otro cultismo de moda: descontar.

Hay más novedades en el habla que quiere parecer culta. Ejemplos: sistémico, transversal, poner en valor. Si se sabe espolvorear el discurso con algunos de esos palabros, uno puede pasar por una persona instruida y viajada. Con ello no quiero decir que haya que rechazar la evolución natural del idioma. Antes bien, me encantan las nuevas palabras que vienen a etiquetar cosas o conductas que antes no existían. Por ejemplo, quedada. Se dice de la acción simpática de verse personalmente, decidida por las personas que antes solo se conocían de forma virtual a través de las redes sociales. Las quedadas son cada vez más frecuentes y hasta ahora no tenían nombre. Puede haber quedadas para solo dos personas o, de forma más corriente, para un grupo de ellas. Eso de dar un nombre exacto a las cosas no es solo labor de poetas. 

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