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Amando de Miguel

Crítica de la razón periodística

No debemos fiarnos demasiado de los datos coyunturales, los últimos, si con ellos desplazamos la percepción de la tendencia, del valor acumulado.

Para documentarme en mi jera de tertuliano repaso todos los días el ramillete de periódicos digitales. Clickeo directamente la carpeta de opinión, pero encuentro que la mayor parte de los opinadores se limitan a dar información, por lo general repetida. Pero luego la información propiamente dicha se reduce poco más que a los titulares, la cartelería. Es más, los titulares con mayor peso se suelen traducir en fotos. Así pues, el círculo de la opinión se reduce a imágenes. Desgraciadamente, lo que pasa es que una palabra vale mil imágenes, pero lo difícil es dar con esa palabra. Ahora se entenderá que esta seccioncilla sobre el lenguaje busque más que nada la comprensión del hecho político, es decir, el que interesa a la polis. Suele ser, además, el que menos incumbe a la policía. Mas no lo entienden así muchos editores de digitales. Para algunos de ellos el hecho noticioso es más que nada el suceso aparatoso o criminal o, en el más benévolo de los casos, el exabrupto o la tontería. Los periódicos no tienen la culpa, porque eso es lo que demandan los lectores.

La búsqueda de la palabra precisa pasa también por criticar el uso tan empobrecido que se hace de las estadísticas. Conste que "estadística" no viene de "Estado" (sujeto político organizado), como quiere la Wikipedía, sino de "estado" o "estadillo" (= cuadro de números). Naturalmente, el cuadro es porque tiene que cuadrar, esto es, debe ser inteligible y explicativo.

Estamos en un momento en el que se comete un grueso error estadístico al interpretar mal los datos de la coyuntura económica. Los cuales se refieren casi siempre a fenómenos acumulativos, como pueden ser el paro, la producción, el valor del dinero, etc. Los fenómenos acumulativos indican una situación presente que arrastra la del inmediato pasado. Eso es así hasta el punto de que se satura el fenómeno y ya da poco más de sí. Por eso es una falacia estadística la interpretación del último suceso temporal como si fuera en sí mismo positivo o negativo. Pongamos el ejemplo de la fiebre. Si un niño presenta de golpe un cuadro clínico con 38º de fiebre, podemos concluir que su situación es preocupante. Más todavía si la fiebre sigue subiendo hasta los 39º. Pero, ante una nueva observación, si el termómetro marca 38,8º, no debemos concluir que la enfermedad ha remitido. El niño sigue teniendo mucha fiebre. La bajada de dos décimas sirve de poco consuelo. La fiebre humana tiene un límite difícil de superar. Ese mismo error se produce cuando las cifras de paro, que alcanzan los 4,3 millones en la medición del mes siguiente dan 4,1 millones. El resultado no es un "brote verde", pues el hecho fundamental es que la cifra de paro sigue siendo desusadamente abultada. Es más, puede que infraestime la cifra de parados que no aparecen en las estadísticas, aunque también es verdad que muchos parados oficiales realmente hacen chapuzas o trabajan de forma "sumergida" (= fraudulenta). Es decir, el dato del desempleo se mide mal.

La lógica nos dice que, si el fenómeno es acumulativo, llegará un momento en el que le costará mucho dar pequeños saltos o movimientos. La conclusión es que no debemos fiarnos demasiado de los datos coyunturales, los últimos, si con ellos desplazamos la percepción de la tendencia, del valor acumulado. Desgraciadamente, los titulares periodísticos suelen estar más interesados en los datos últimos que en las tendencias, los datos del conjunto. Otra forma de malinterpretar la realidad es sustituir las afirmaciones por negaciones o por preguntas. Son trucos de leguleyo en los juicios que valen muy poco a la hora de dar opiniones verdaderamente interpretativas. Por ejemplo, la típica declaración negativa que indica puro desconocimiento de un suceso luctuoso: "no se descarta ninguna hipótesis".

El tono de muchas columnas de opinión es simplemente el de desacreditar al partido contrario hasta convertirlo en enemigo. Es un estilo que no llama la atención porque es consonante con la vida política española en la que la relación entre los partidos o las ideologías es lo que en estadística se llama "suma cero". Es decir, el modelo es el de un juego de azar o un deporte de competición en el que, si uno gana, el otro pierde. Lo que ocurre es que en la vida real el "juego" suele ser muchas veces de "suma positiva" (los dos o los varios contendientes ganan) o "suma negativa" (ambos o todos pierden). Cierto es que los partidos políticos deben oponerse entre sí, pero no hasta el punto de convertir al otro en enemigo y hacer que el modelo de relación sea de "suma cero". Desgraciadamente, es ese extremo es en el que estamos en España. Es difícil que las columnas de opinión se sustraigan a ese clima dominante en la vida política española.

Una de las técnicas favoritas para hacer que la relación política sea de "suma cero" es que cada uno dé un sentido particular a las palabras clave. Por eso mismo es tan necesaria la crítica del lenguaje en la crítica política.

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