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Amando de Miguel

Cuestiones personales

Jaime Jiménez ─ahijado de Jaime Campany─ me señala que no he escrito nada a propósito del genial escritor. Jaime y yo intercambiamos algunas presentaciones de libros y participamos juntos en “La mañana” de la COPE. Durante algún tiempo colaboré en la revista Época que él dirigió. Recuerdo que a mis 15 añitos ya leía con fruición los artículos de Jaime. Luego he seguido disfrutando de sus novelas y sus poemas jocosos. Aunque su físico daba más bien para caudillo tártaro, pocos españoles he tratado que manejaran con tanto conocimiento la lengua común. Cierto es que se merece este ínfimo homenaje, aunque ya aludí a la magistral “tercera” que le valió el Cavia. Fue la inolvidable necrológica de otro monstruo del artículo diario, César González Ruano. Precisamente, ambos decían que se les daban bien los obituarios, y en cambio a mí se me atragantan. Ya dije que don Jaime fue un maestro del oxímoron, cuando escribí una nota sobre esa difícil figura retórica. Algo que no constará en las crónicas literarias, es que Campmany era un magnífico conversador. Ese es un gran valor en nuestros usos literarios. Tiene una biografía.
 
Miguel Martínez Panero me recuerda que, en la lista de oxímoros de Jaime Campmany, hay algunos que serían más bien formas de sinestesia. Es una figura retórica, variante del oxímoron, que consiste en unir dos sensaciones procedentes de campos sensoriales distintos. Pro ejemplo, “música azul”. Es una observación atinada.
 
Escondido tras el anonimato, recibo un correo que es una pura contumelia. La arroba proviene de “TV3 mail”. Me da mucha vergüenza (ajena) reproducirlo. Entresaco solo algunas calificaciones aplicadas a mi persona: “Ridículo, antidemocrático, ideología hueca, perrito faldero de los poderosos, bufó mediátic, hombrecillo mediocre”. Me ha llegado al alma. ¿Seré todo eso? ¿Perrito faldero de los poderosos? Es decir, ¿de Polanco, Botin, Zapatero, Rovira? Esos son los verdaderamente poderosos. Sigue siendo un misterio por qué el hombre pierde tiempo en insultar. Y encima con la cobardía del anonimato. ¿Lo conocerán en TV3? Por favor, búsquenle un psiquiatra.
 
José Méndez Leal asistió a una conferencia mía en la que hablaba yo de mi particular versión de las famosas “Bienaventuranzas” del Evangelio. Don José me cuenta su infortunio cuando, de estudiante de Filología, tuvo que traducir el Sermón de la Montaña. El hombre tradujo mákarioi (= bienaventurados, dichosos) por “felices”. El profesor rechazó esa versión. Francamente, no soy un filólogo, excepto en el sentido más amplio de que soy amigo de las palabras. Pero tengo la impresión de que “bienaventurados” no es una buena equivalencia de mákarioi, pues da la impresión de que se refiere a los difuntos. Lo de “felices” me parece mejor traducción. Pero, aun así, la felicidad es más bien un estado continuo, un resultado de pasadas incidencias. Estamos en lo mismo. “Felices” son propiamente las almas en la otra vida o las almas cándidas que no parecen de este mundo. Aquí abajo decimos más bien que hemos tenido suerte ante distintos acontecimientos. Don José me pide que transcriba aquí mi versión de las Bienaventuranzas. Lo hago con mucho gusto por si pudiera servir para pensar. No es una traducción sino una versión personalísima. Debe entenderse en el contexto de un ensayo que aparecerá como libro dentro de unos meses (Los españoles y la religión). Se aceptan correcciones.
 
1. Qué suerte la de las personas sencillas, pues van a conseguir el mayor reconocimiento.
 
2. Qué suerte la de las personas sin muchas ambiciones, pues llegarán a ser las que se vean aceptadas.
 
3. Qué suerte la de las personas que sufren, pues serán felices.
 
4. Qué suerte la de las personas que padecen la desigualdad, pues lograrán sentirse iguales.
 
5. Qué suerte la de las personas que se sacrifican por las demás, pues alcanzarán el premio merecido.
 
6. Qué suerte la de las personas que carecen de malicia, pues tendrán el Cielo abierto.
 
7. Qué suerte la de las personas no conflictivas, pues serán las que dominen.

8. Qué suerte la de las personas maltratadas, pues van a ser las que primero se salven.

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