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Amando de Miguel

El batacazo

Ninguno de los cuatro jugadores de póker reconoce lo que siente por dentro: el batacazo electoral. Aquí no dimite ni Dios.

Es clara la onomatopeya para golpe sonado. El sonido <z> nos lo avisa. El batacazo lo aplicamos últimamente al descalabro electoral de algunos partidos, de casi todos. En la noche electoral se respira optimismo. Casi todos los cabezas de lista aseguran eufóricos que han ganado. Y tienen razón. Ellos y sus inmediatos seguidores ya son diputados. Es una magnífica oportunidad de trabajo con amplias vacaciones, escaso esfuerzo, privilegios mil y todas las oportunidades para destacar y ser reverenciados. ¿Qué más quieren?

Pero a la semana de la noche electoral las cosas se ven de otra manera. Quien más quien menos, como partido, percibe el batacazo, el trompazo, el porrazo. Es decir, se han conseguido menos escaños de los deseados, los previstos, los calculados. En el engaño cuentan mucho las previsiones de las encuestas, que en esta ocasión se han lucido. Creo que fui uno de los pocos comentaristas que dijo, una semana antes de la fecha de los comicios, que las encuestas se iban a equivocar. Me lo olí por un dato paradójico. Todas ellas se parecían mucho entre sí. Mi olfato de viejo encuestero me dijo que eso no podía ser; y no fue. En la noche electoral anticipé en La Marimorena que la situación me recordaba al Frente Popular de 1936. Ojalá me equivoque.

El error estuvo en que los cuatro jinetes de otros tantos partidos se hicieron la ilusión de que podían ganar las elecciones y, por tanto, ser presidentes del Gobierno. Pero (ay) solo hay un puesto. Así que tenemos tres frustrados. En realidad, cuatro. Pues el que ha sacado más votos tampoco está para tirar cohetes. La prueba es que no hay forma matemática de decidir quién pueda mandar.

Ya no cabe la fórmula de la Transición de que gobierne uno de los dos grandes partidos nacionales con el concurso de los nacionalistas vascos o catalanes. El nacionalismo anda desbocado; ahora es una nebulosa de pequeños partidos, cada uno de su padre y de su madre. Los nacionalistas se han trocado en secesionistas. La contradicción está en que, aun así, casi todos ellos aspiran a tener representación en el Congreso de los Diputados. Tendrán que jurar o prometer la Constitución. Hay que ver la cantidad de marisco que deben embaular algunos diputados para llevar los garbanzos a casa.

Otra declaración incumplida es que, si no se sale ganador de las elecciones, se dimite. Esto es lo que se dijo, pero donde digo "digo"… Es algo que hacen los dirigentes de los países de la Europa boreal, pero en España resulta demasiado jugosa la cima del poder. Por eso mismo, ninguno de los cuatro jugadores de póker reconoce lo que siente por dentro: el batacazo electoral. Aquí no dimite ni Dios; perdón por el dicho.

Si no dimiten, tienen que entenderse. Pero ¿cómo se van entender si se odian? Cabe la opción de repetir las elecciones, pero se trata de un proceso carísimo. Mientras tanto, subirá la prima de riesgo, que nunca he sabido en qué consiste, ni falta que hace. Está también la solución portuguesa: que se unan las izquierdas de todos los pelajes para formar un Gobierno de Frente Popular o como quiera llamarse. Pero la sociedad española ya no está para tales aventuras. Dan ganas de solicitar a la Merkel que nos envíe una especie de pretor para que nos meta en cintura.

En España

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