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Amando de Miguel

El difícil arte de envejecer

La simple medida de la jubilación forzosa al cumplir determinados años me parece una infamia.

La simple medida de la jubilación forzosa al cumplir determinados años me parece una infamia.

El término envejecimiento, como característico de las sociedades actuales, resulta tan real como confuso. Se refiere en primer lugar a que, en las poblaciones donde se suceden muchos años de baja natalidad, abundan cada vez más los viejos. (Bueno, ahora los llaman "mayores"). La paradoja reside en que el estrato de viejos se caracteriza porque sus integrantes tardan más en envejecer que en las sociedades de un tiempo anterior. Son poblaciones envejecidas porque muchos adultos sobreviven cada vez más y en mejor estado de salud. Lo que no se reconoce tanto es que ese proceso cuesta cada vez más dinero particular y público.

Existe un acuerdo general sobre la no discriminación por causa del sexo, la etnia (antes se decía "raza"), la condición social, etc. Pero no se suele hablar de la elemental discriminación por la edad. Me gustaría saber la estadística de cuántos viejos (ahora serían los de más de 80 años) hay en los Parlamentos y otras instituciones públicas. Sospecho que ninguno. ¿No llama la atención? En tales condiciones, ¿no parece extraño hablar de la igualdad de los españoles ante la ley? La simple medida de la jubilación forzosa al cumplir determinados años me parece una infamia. Más afrentosa es la práctica de la prejubilación a una edad temprana para ocultar que se trata de un despido más barato. Con lo fácil que sería justificar la jubilación solo por razones de salud, de resistencia física.

Resulta lastimoso el espectáculo de los viejos que hacen todos los esfuerzos posibles para no parecer que lo son, para rejuvenecer hasta el punto del ridículo. Las cremas antiarrugas y otros productos de la farmacopea del doctor Fausto constituyen un próspero negocio. La lucha contra el paso de la edad (aging) se ha convertido en algo patético. Hay gentes ingenuas que se toman en serio la conquista de la inmortalidad en un próximo futuro. Es la consecuencia lógica de que en nuestra sociedad el hecho de ser joven significa el mayor mérito a todos los efectos. Lo curioso es que la edad representa uno de los datos de nuestra identificación que no se pueden cambiar. De ahí lo penoso que parece el deseo de alterarla hasta el punto de forzar la naturaleza, por lo menos de modo aparente.

Una eminente personalidad longeva, Santiago Ramón y Cajal, sostenía que el proceso de envejecimiento se traduce en perder la curiosidad por las cosas. La observación es cierta, pero no lo es menos que hay personas con esa misma mengua desde años bien tempranos. ¿Serán viejos prematuros? Esos sí que constituyen un verdadero problema social.

Dan mucha pena los viejos valetudinarios, los que ahora se llaman "dependientes". Pero más tristeza producen los jóvenes introducidos en el botellón y la droga, los que son de buena familia y van vestidos de pobres. Añádase los que han estudiado muchos años y no leen ningún libro, los que consideran que el amor se reduce al sexo. Peor son los que pasan de todo sin haber llegado a ninguna parte. Son manifestaciones de entontecimiento de la juventud que hoy tanto se cultivan y se aplauden.

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