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Amando de Miguel

El latín de nuestro tiempo: el inglés

Asier Larrauri me dice que es mejor decir anglosajón que anglicano para calificar al idioma de los ingleses. A mí me gusta lo de anglicano como relativo a la cultura inglesa, y por tanto lo que se refiere a la religión establecida o a la lengua común. En cambio, anglosajón es un término étnico, por otra parte no muy preciso. Ya sé que en este caso no puedo apoyarme en la autoridad de los diccionarios. Simplemente digo lo que me pide el cuerpo.
 
José María Iboleón Adarraga se extraña del “palabro organizacional”. Me consulta si está bien dicho, tanto palabro como organizacional. El palabro expresa divinamente la intención de calificar una voz como desmesurada, estrambótica. Lo de organizacional sigue la moda anglicana que prestigia los adjetivos en –al, como opcional, operacional, educacional, apariencial, etc. Mejor será decir organizativo, optativo, operativo, educativo, aparente, etc. Predicar en el desierto es mi especialidad.
 
David González Calleja aduce una ingeniosa teoría para explicar la voz gay (pronúnciase guey en inglés). Según ese culto corresponsal, “la voz gay no significa varón homosexual, sino que es equivalente a homosexual hombre o mujer, ya que está formada por la unión de guy (es decir, nuestro coloquial tío) y la voz gal (es decir, tía). Por tanto, gay = gal + guy (con las chicas primero, por cierto), o sea, el que es tío y tía”. En todo caso, digo yo, sería mejor decir “el que no es ni tío ni tía”. La teoría es ingeniosa, pero no se sostiene. Como en tantas otras ocasiones de neologismos, se busca una interpretación ex post facto que resulte atractiva. Pero los idiomas evolucionan lentamente, a su modo. Veamos:
 
La equivalencia de guy con tío, en el sentido popular de un varón un tanto chulesco se remonta en Inglaterra a la intentona de un tal Guy Fawkes de incendiar la Cámara de los Lores el 5 de noviembre de 1605. Fue la llamada Conspiración de la Pólvora, un fallido atentado terrorista, diríamos hoy. A partir de entonces se celebra “el día de Guy Fawkes”, en el que se hace una parodia del famoso terrorista católico. Los niños van de puerta en puerta pidiendo “un penique para Guy”. De ahí se formó el genérico de guy como equivalente de lo que nosotros llamamos tío en lenguaje juvenil y arrastrado.
 
Lo de gay tiene un origen diferente. En diferentes lenguas europeas (gayo en español) significa, desde hace mucho tiempo alegre, feliz, cachondo, vivalavirgen. Es lógico que, de ese significado genérico, pasar a designar a los invertidos, maricones u homosexuales. Ese último término es muy reciente. La equivalencia de gay con invertido se produce en Inglaterra a partir de un personaje en la obra de Nicholas Rowe, The Fair Penitent (1703). El protagonista, el gay Lothario, es una especie de donjuán promiscuo. A partir de entonces gay quedó como el varón lujurioso de indefinida sexualidad. La historia nada tiene que ver con guy ni con gal (muchacha).
 
En cambio, le doy la razón a don David respecto a la estupidez del término homofobia “para describir el odio, o el desprecio, o lo que sea a los homosexuales”. En todo caso sería “odio a los iguales” (homo). Sí, señor. La palabra está ya introducida, una vez más, como importación fraudulenta del inglés. Dado que el inglés aborrece las palabras largas, un homosexual acaba siendo un homo. Esa contracción resulta disparatada en español. Claro que lo de metrosexual resulta un término todavía más idiota.
 
Antonio Muro Espejo proporciona un divertido étimo para chiquichanca. En Andalucía sobre todo se da ese expresivo nombre a las personas empleadas en oficios subordinados, como zagal o ayudante de pastor (lo que en mi tierra llaman revecero). Dice don Antonio que en las minas de Río Tinto, inglesas, el mozo sin muchos alcances estaba destinado a la tarea de guardagujas del ferrocarril minero. La operación era la de check and change, y, de ahí, en romance “chiquichanca”. La única objeción a tan divertida historia es que la tarea de guardagujas no es precisamente para personas simples, sin muchas luces. En el diccionario de andalucismos de Manuel González Salas, chiquichanca equivale a “un don nadie”. Me pega más que sea una voz natural, onomatopéyica, para indicar operaciones mecánicas, sencillas, repetitivas o ruidosas. El Diccionario de voces naturales de Vicente García de Diego recoge muchas voces parecidas asociadas a ruidos, movimientos. Por ejemplo, el andaluz chinguichinga para porteador, rechinar, charlar, chungarse, changa (negocio de poca importancia).
 
Yago Vázquez-Dodero (Madrid) se alarma de la expresión “yo me parece que”, que dicen muchos periodistas. Francamente, no ha llegado a mis oídos, pero ahí queda. Puede que proceda del inglés mal asimilado, pero tampoco doy con ello. En inglés diríamos it seems to me, esto es, “a mí me parece”.

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