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Amando de Miguel

El lenguaje de los políticos

Ibarreche nos sorprendió con algunas muestras del estilo que podríamos llamar de jebo (aldeano, baserritarra, del caserío). Por ejemplo, ese tuteo fuera de lugar al tratar de “vosotros” a los diputados

Sobre el politiqués está casi todo dicho, pues se trata de un dialecto muy pobre, con escasos registros. No obstante, algo se puede añadir a propósito del famoso debate del 1 de febrero de 2005, en el que el señor Ibarreche tuvo el privilegio de predicar su plan secesionista. En realidad, se trata más bien de una “secesión subvencionada”. El debate no tuvo la “altura” que se había anticipado. El único discurso con altura parlamentaria fue el de Rajoy. Se ha dicho que ha sido el más importante en la carrera del de Pontevedra. En mi inmodesta opinión esa oración rajoyana ha sido la más brillante de toda la Historia de la democracia española. Aquí compete hablar sobre todo de la forma. Ibarreche nos sorprendió con algunas muestras del estilo que podríamos llamar de jebo (aldeano, baserritarra, del caserío). Por ejemplo, ese tuteo fuera de lugar al tratar de “vosotros” a los diputados. (Curiosamente no dijo también “vosotras”). Lo de “señorías” es que no le salía al de Llodio. Su aportación más notable al léxico político es lo de “los vascos y las vascas”. Está bien, el hombre quiere decir que “los vascos” son siempre los varones, no todas las personas de raigambre o de residencia vascongada. Por eso necesita precisar lo de “los vascos y las vascas”. Pero en ese caso la sorpresa es que no sabe uno a qué carta quedarse cuando el mismo lendacario dice “nosotros”, los “ciudadanos” o incluso los “vascos” sin más. En esos casos ¿quiere indicar que no comprende a las mujeres?
 
Zapatero estuvo muy flojito. Él también introdujo la cantinela de “los ciudadanos y las ciudadanas”. No quería pasar por machista. Pero asimismo habló repetidas veces de “los ciudadanos”, los “españoles” y los “vascos”. En cuyo caso, asimismo habría que inferir que solo se refiere a los varones. Empieza a ser una pesadez esa cursilería de los políticos y las políticas, cuando se refieren a nosotros y nosotras, los y las habitantes de este país, o los pescadores y pescadoras del mar y de la mar. Lo malo es que se pueden leer piezas académicas en las que se sigue la misma norma cansina para los lectores y las lectoras. Menos mal que el discurso de Rajoy estuvo impecable, y encima con sentido del humor cuando procedía. Desde luego, a un Rajoy no se le ocurre discursear sobre las vacas y los bueyes de Galicia o las ovejas y los carneros de Castilla.
 
No suelo recoger aquí cuestiones sustantivas o ideológicas, puesto que este rincón es para las palabras. Pero alguna vez vale la pena salirse de la norma. Es el caso de la atinada observación de Pablo Sancho de Salas, un joven ingeniero aeronáutico madrileño. Se refiere al debate del 1 de febrero, el del Plan Ibarreche. Dice así y yo lo suscribo: “Me parece sorprendente que no se oiga mucho más alta y clara la indignación que debe producir el hecho de que el presidente del Gobierno de una nación el día en que el Congreso debate sobre el ataque frontal a su unidad y soberanía, elaborase un discurso enfocado por y para la campaña electoral de abril, ya que él naturalmente ya sabía que las elecciones [vascas] iban a ser convocadas”. Sí, señor; es para indignarse.
 
Una precisión sobre el lenguaje de los símbolos en el famoso debate del 1 de febrero. Al señor Ibarreche le permitieron sentarse en un escaño ad hoc. Todos creíamos que ese privilegio se reservaba para los diputados (y diputadas, claro) que hubiera sido elegidos por el pueblo español.

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