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Amando de Miguel

El mal del siglo: la burocracia

Hay que dedicar un tiempo creciente a rellenar impresos y formularios de las más diversas especies.

Ha sido una sorpresa. La revolución digital, en la que estamos metidos de hoz y coz, no ha resultado en el avance de la productividad que se esperaba. La comunicación internética es una maravilla para enviar y recibir mensajes y documentos "en tiempo real", que se dice. Pero tal efecto instantáneo se diluye un poco al comprobar que cada vez son más necesarios papeles de todo tipo para resolver las crecientes necesidades de bregar con las organizaciones. Las empresas, las oficinas públicas y todo tipo de entes colectivos exigen un creciente número de informes, certificados, memorias, instrucciones, licencias, permisos, contratos y toda suerte de papeles con algún compromiso. No importa que sean solo en línea. El caso es que hay que dedicar un tiempo creciente a rellenar impresos y formularios de las más diversas especies.

Desde el punto de vista del empleo, el creciente espesor burocrático significa que proliferan los puestos de trámite, inspección y control. Pueden ser cómodos para los empleados en tales menesteres, pero al final añaden poco al valor de la producción. La mayor parte de los documentos que se exigen nadie los lee.

Se estimó alegremente que la proliferación de ordenadores y similares contribuiría a una reducción del papel físico hasta su eventual desaparición. Paparruchas. Muchos ordenadores se enlazan con su correspondiente impresora, de tal modo que esa unidad representa una fábrica continua de hojas impresas. Aunque pueda parecer increíble, todavía hay trámites que exigen presentar papeles por triplicado.

Cierto es que los procesos productivos han liberado a muchos trabajadores del esfuerzo físico y del manejo de máquinas. Pero se han multiplicado las exigencias del papeleo. A ver quién es el majo que se lee los muchos contratos impresos (de adhesión) que hay que firmar. Se pone la firmita (curioso diminutivo) y ya se considera que el firmante se ha enterado. Resultan tan ininteligibles como los prospectos de los medicamentos, los informes médicos o las sentencias judiciales. Da la impresión de que el prestigio de las distintas profesiones se acrece cuando emiten papeles ininteligibles.

Cuando una persona accede a un puesto directivo, su primera ocupación es nombrar a un equipo asesor o colaborador. Así se cumple la ley de hierro de la burocracia: siempre se expande. Cualquier jefecillo entiende que su poder se acrecienta si puede nombrar en seguida un jefe de gabinete o algo por el estilo.

El resultado de todo ello es que aumenta el número de los empleos que consisten en producir documentos o trasegarlos de un lugar a otro. Eso puede hacer que el trabajo sea más cómodo, pero la productividad no se acrece o lo hace por debajo de las expectativas.

Cuesta pensar que se van a leer todos los documentos que se imprimen con esa intención. Ahora se dice "poner negro sobre blanco" (horrible expresión) para indicar que lo escrito va a llamar la atención de los hipotéticos lectores. Pero la mayor parte de los textos que aparecen en la pantalla azul simplemente pasan de largo. Resulta imposible embaularse tantas páginas. Nos hacemos la idea de que las hemos leído cuando antes las hemos impreso. En el mejor de los casos se pueden leer en diagonal, pero lo difícil es que persistan en la memoria. En cuyo caso será improbable que el paciente lector de este articulejo haya llegado hasta el final. Tendrá mi aprecio si lo ha conseguido.

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