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Amando de Miguel

El mito de la precariedad de los empleos

Las letanías políticas me fatigan. Consisten en repetir una y otra vez lo que otros han dicho.

Las letanías políticas me fatigan. Consisten en repetir una y otra vez lo que otros han dicho. La que más me jeringa es la de "¡Sí, se puede!". Más bien parece el grito de ánimo de un estreñido. Luego está otra más elaborada como respuesta a la noticia del aumento en el número de ocupados: "Sí, pero son precarios".

El mundo hacia el que vamos es el de todos los empleos precarios, o mejor, temporales, tasados para un plazo. Incluso los cargos públicos, electos o no, tendrán un término temporal por ley. Es la mejor forma de que se esmeren, no roben mucho y se mantengan razonablemente diligentes. Ese mismo criterio tendrá que aplicarse a todos los puestos de trabajo. Para empezar, los catedráticos de universidad. Durante mis muchos años en tal puesto siempre me pareció un privilegio que fuera de por vida activa. El sueldo lo marcaba la ley con independencia de mi productividad. Recuerdo mi última estadía en la Universidad de Texas (San Antonio). Aparte de las clases, me comprometí a escribir un libro con un colega del departamento. En España sucede casi lo contrario: te agradecen que no escribas mucho para no poner en evidencia a los colegas ágrafos (no escriben) o, peor, misógrafos (odian escribir). Para cumplir con el reglamento no hay por qué escribir un libro; basta con enviar una ponencia a algún congresillo.

Los empleos todos deberían ser para un plazo corto, digamos, unos pocos años. Transcurrido el cual, se tendría uno que someter a un examen o a una revisión de lo que ha aprendido o está dispuesto a aprender. Si no se pasara ese filtro, habría que contentarse con un puesto menos calificado o con el despido. En mi esquema ideal (o acaso utópico) no habría lugar para la jubilación forzosa a una edad. Solo se jubilaría uno tras una revisión médica que lo declarara no apto para seguir desempeñando la labor. Pero, incluso en tal caso, el trabajador podría ocuparse de otros menesteres. Es claro que un buen futbolista se tendría que retirar a los 30 años, pero entonces podría ser entrenador o comentarista deportivo. Ya hay casos. No por eso tachamos a los contratos futbolísticos de precarios.

En el mundo de la comunicación donde me muevo (escribir libros, conferencias o artículos, participar en tertulias) todos los empleos suelen ser temporales. Me parece bien. De lo contrario, no nos esmeraríamos para informarnos bien y escribir o hablar lo mejor posible. Lo malo es que la precariedad a veces se debe a controles de tipo político.

Solo en el supuesto de los discapacitados se tendría que asegurar empleos para siempre. En todos los demás los contratos tendrían que depender de exámenes periódicos, productividad, acumulación de méritos.

Cuando oigo (y no escucho) a un sindicalista la cantinela de que una gran parte de los nuevos puestos de trabajo son precarios se me dispara la imaginación: "Claro, no como sucede con un sindicalista, que ostenta un empleo para toda la vida sin pegar golpe". En el fondo su queja se basa en una suposición tan común como ilusoria: la de que los puestos de trabajo se deben a la acción del Gobierno.

En España

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