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Amando de Miguel

El mito del desarrollo sostenible

Mientras no descienda significativamente el precio de la energía, no se puede decir que tenemos asegurado el progreso.

 Mientras no descienda significativamente el precio de la energía, no se puede decir que tenemos asegurado el progreso.
EP

Las grandes revoluciones de la humanidad han sido sobre todo técnicas. Así, la invención de la agricultura y el uso del fuego y la alfarería en el neolítico. Más cercano es el ejemplo de la revolución industrial, en el siglo XVIII europeo, con la utilización del vapor para las fábricas y los trenes. Otro salto gigantesco fue la revolución científica en el siglo XIX, con el descubrimiento de la electricidad y el motor de explosión. En el siglo XX la técnica adquiere un desarrollo fantástico con el uso de la electrónica. Todas esas revoluciones se han originado en Europa, si bien en España hemos ido un tanto a la zaga. No es casualidad que para nosotros el "técnico" sea el ayudante de ingeniero o el entrenador de fútbol.

Las revoluciones dichas manifiestan un notable descenso en el precio de la energía. El problema es que, al llegar al siglo XXI, parece que se ha detenido un tanto el abaratamiento energético. Las causas son múltiples. No se ha dado el paso decisivo de aprovechar enteramente la energía nuclear y de desarrollar la energía de fusión ("la de las estrellas"). Pero sobre todo el mercado energético aparece dominado por oligopolios con un coste extraordinario de la burocracia. Total, que los españoles, al pagar el "recibo de la luz", nos encontramos con que una gran parte de la factura no es el coste de la energía sino el de la burocracia, los impuestos y las subvenciones. Mientras no descienda significativamente el precio de la energía, no se puede decir que tenemos asegurado el progreso. Cierto es que los aparatos eléctricos son cada vez más eficaces, pero también es verdad que necesitamos enchufar a la red eléctrica un número creciente de artefactos. Por ejemplo, es continuo el uso de la electricidad para producir frío o mantener activos teléfonos, ordenadores y demás archiperres de comunicación.

En los tiempos que vuelan se impone la retórica del "desarrollo sostenible". Se ha convertido en una especie de religión laica al imponer la creencia de que las energías "renovables" van a hacer un mundo saludable, poco menos que la felicidad universal. Pero el problema subsiste y se agrava, puesto que las famosas "renovables" (energía solar o eólica principalmente) de momento son más caras que las convencionales (petróleo y carbón). Curiosamente, se suele olvidar que la energía hidroeléctrica es también renovable. Pero en España funciona el mito de que los embalses son cosas de las dictaduras (de Primo de Rivera o de Franco) y por tanto se consideran vitandas. Aunque solo fuera por evitar las continuas secas e inundaciones, se tendría que seguir potenciando la energía hidroeléctrica, pero se impone la mitología antifranquista. Es lo que llaman "memoria histórica", que no es ninguna de las dos cosas.

De poco sirve el avance de los coches eléctricos, que, por cierto, se empezaron a fabricar antes de adoptar el motor de explosión. Hoy como entonces, tal innovación solo podrá mantenerse si se abarata mucho el precio de la electricidad. Tampoco se ha avanzado lo suficiente en el mecanismo de almacenar económicamente la energía eléctrica.

Como sucede en el mundo de los mitos, el nudo de la cuestión reside en el embeleso que provocan ciertas palabras. Con el adjetivo de sostenible se aspira a conformarnos con una tasa modesta de crecimiento del producto económico, pero que por lo menos dure cierto tiempo. Se trata así de conjurar las temidas crisis económicas y de preservar la naturaleza. Mejor sería haber pasado a la idea afín de sustentable, pero la cosa ya no tiene remedio. El error no está en ese objetivo de conformarnos con poco, sino que las energías llamadas limpias o renovables no lo son tanto y al final nos cuestan más dinero. Además, la trama de esas nuevas fuentes energéticas ha beneficiado de manera desproporcionada a ciertos oligopolios y grupos de presión, con el consiguiente quebranto del interés general. Como digo, sería mejor haber pasado a un desarrollo sustentable, es decir, que asegurara el progreso de las futuras generaciones con un avance técnico que hiciera más barata la energía. De momento, parece una empresa utópica.

El ideal sería que el futuro desarrollo de la economía eliminara muchos costes de fricción (burocracia excesiva, subvenciones, obsolescencia programada de ciertos productos, etc.) e impulsara la creatividad en todos los órdenes. Quizá sea mucho pedir. Especialmente es así en un país como España, donde el valor del avance científico va por detrás de otros muchos. Así nos va.

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