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Amando de Miguel

((El síndrome de la gota fría))

La gente no escarmienta. Luego nos creemos pertenecientes a la especie del homo sapiens.

La gente no escarmienta. Luego nos creemos pertenecientes a la especie del homo sapiens.
Inundación en Orihuela | EFE

Habría que recordar el cuentecillo del tonto del pueblo que gritaba "¡que viene el lobo!". Tanto insistía el pobre hombre en su presagio que los lugareños lo tomaron a broma. Pero al final bajó la manada de lobos de la sierra y se cebó con el aprisco de ovejas.

La fábula presenta muchas versiones prácticas. Después de un verano más caluroso de lo normal, los habitantes de la ribera mediterránea ya saben lo que les espera: la llamada dulcemente "gota fría". Se trata de una serie de borrascas que provocan grandes inundaciones en las localidades y huertas de la costa. Una vez más, veremos cómo navegan al pairo los coches que habían aparcado en las rieras. De nada habrán servido las advertencias de las autoridades, aunque suelen hacerse después de la riada. Nunca parece llegado el momento de prevenir la siguiente "gota fría", y eso que se presenta con bastante regularidad. No se encauzan los ríos y no se levantan embalses. Lo que hacen mejor las autoridades locales es la "declaración de zona catastrófica" para obtener munificentes subvenciones públicas. En el caso de que se produjeran víctimas mortales, organizan "minutos de silencio". Más les valdría a las víctimas una oración por sus almas.

La cosa no es solo nuestra. Al final del verano comienza (ahora se dice "arranca") la temporada de los huracanes en la región del Caribe. Una vez más, veremos volar tejados y derrumbarse edificios. Los huracanes se suceden cada año con astronómica recurrencia, pero en la zona se siguen construyendo casas de madera. No son solo por ser pobres, pues esa práctica se sigue también en los Estados ribereños del Caribe de los Estados Unidos de América. Simplemente, la gente no escarmienta. Luego nos creemos pertenecientes a la especie del homo sapiens; presumidones, que dicen los mexicanos.

Tampoco sirve de mucho que nos asusten con terrores apocalípticos. Los lectores talluditos recordarán el terrible presagio de hace unos decenios sobre "la capa de ozono sobre la Antártida". ¿Qué fue de tan catastrófico aviso? Por lo visto, ya no está de moda. Me temo que algo así sucederá con las noticias sobre el inminente derretimiento de los hielos polares. Los científicos son seres juguetones.

La recurrencia de los desastres naturales se acompaña de un fenómeno parecido en el plano (ahora dicen "ámbito") de la política internacional. Hace algo más de dos generaciones se libró la Guerra de Corea, cuya paz nunca se firmó. Ahora se declara otra vez, pero con una Corea del Norte provista de misiles nucleares, y seguramente horra de mantequilla. Es una ley histórica que las guerras se desatan cuando los eventuales contendientes empiezan a acumular armas en grandes cantidades. Luego creemos que los conflictos llegan por sorpresa.

Otra constante es que casi todos los presidentes de los Estados Unidos de América en el último siglo se han asociado con alguna guerra, siempre fuera de su territorio. Así que el señor Trump, tuitero de honor, se siente inquieto de no ejercer como comandante en jefe del ejército más potente de la Historia. En su maletín tiene la llave para pegar fuego al mundo entero. Ojalá no se cumpla en su caso el maleficio de la "gota fría".

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