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Amando de Miguel

Elogio de la admiración

Mi experiencia me dice que es muy difícil expresar verdaderamente ese sentimiento de admiración por una persona cercana. En la cultura española puede llegar a verse con suspicacia.

No sé si las palabras son polisémicas, pero no gano para sustos. Me escribe Jesús Lainz, habitual de este rincón: "Me has roto un poquitito el coraçao diciendo que tu relación conmigo es de admiración. Sinceramente, habría preferido que hubieses elegido la amistad". Da gusto la sinceridad de los montañeses. Contesto con la misma disposición anímica, cercana a la ternura. La admiración y la amistad no son solo compatibles sino que se apoyan mutuamente. Por otra parte, qué español es eso de desestimar la admiración que uno pueda recibir. Es un rasgo de individualismo. O quizá sea una tacha específica de la clase intelectual. Son esos señores que procuran no leerse unos a otros, no vaya a ser que los colegas se conviertan en amigos de verdad. En ciertos ambientes del mundillo cultural o político se confunde la verdadera admiración con el peloteo, que es adular a alguien para conseguir algo. La admiración tiene que ser desinteresada, como la amistad. 

Habría que partir de la definición del DRAE: Admirar es "tener en singular estimación a alguien o algo, juzgándolos sobresalientes y extraordinarios". Tampoco es que sea una belleza de definición, pero podemos empezar a reflexionar. Desde Aristóteles la admiración es uno de los principios de la actitud filosófica. Consiste en sorprenderse y maravillarse del orden natural de las cosas y, en consecuencia, aprestarse a desentrañarlo. Se podría recordar la anécdota (cierta) de la manzana de Newton. El sentido etimológico nos dice que la admiración es la mirada con fijeza de la mente. Es una mezcla de sorpresa, alegría y placer al contemplar a alguien que nos parece sublime. Lo contrario de la admiración es el desprecio. Los dos polos se orientan más hacia las personas que hacia las cosas. Los escolásticos decían: "Quod mirábile est, delectábile est" (= lo que uno admira resulta placentero). Una de las flores que se dirigen a la Virgen María es "Mater admirabilis", es decir, digna de veneración. 

No solo la amistad sino el amor se basan en la admiración. Quevedo cuenta que la reina de Saba "admiró a Salomón", y eso que el Rey no era de Cantabria. En el mundo de la cultura la admiración es un raro contento que producen las obras literarias o artísticas. También se pueden admirar los paisajes como obra que son de Dios. Se admira sobre todo lo extraordinario. "Lo que es común no se admira", dice Saavedra Fajardo. Naturalmente, en el mundillo literario o artístico abunda también el desprecio por las obras ajenas, pero aquí interviene mucho la envidia. Que conste que gracias a la envidia muchas personas extreman su ingenio y su productividad. Recordemos que Caín fundó las ciudades, según el Génesis. 

Mi experiencia me dice que es muy difícil expresar verdaderamente ese sentimiento de admiración por una persona cercana. En la cultura española puede llegar a verse con suspicacia. "¿Qué querrá ese que dice admirarme?", puede pensar el suspicaz, que los españoles solemos considerar inteligente. Es más, para no tener que admirar se produce la actitud reactiva de rebajar los méritos del otro. Esa reacción es muy típica de los ambientes cerrados, sean las aldeas, las familias o los gremios profesionales. Debo decir a don Jesús que, para llegar a saber lo que uno es verdaderamente, conviene registrar con sutileza las personas que te admiran. No suelen ser muchas. Por eso hay que cuidarlas. 

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