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Amando de Miguel

¡Envíame un meil!

Especialmente irritante es ese correo que parece que se lo envían exclusivamente a uno. Sin embargo es fácil percatarse de que es una copia de otros

Así se pronuncia entre nosotros, "meil", pero se escribe mail. Es un anglicismo más. Es una voz reconocible en distintos idiomas. Alude a la "mala" o "malla" en la que llevaban las cartas los correos. Los correos (porque corrían) eran los esforzados jinetes que llevaban la correspondencia de un lugar a otro. Para ir más rápidos se turnaban (sobre todo los caballos) en las posadas o "postas" del camino. En el siglo XIX se produce el gigantesco avance de los servicio de correos o postales a través del tren. Se redujo el precio y sobre todo aumentó la seguridad.

Ahora lo que tenemos es "correo electrónico". Tendría que ser "correo" sin más, pues el antiguo servido de Correos solo queda como testimonial para las cartas de los bancos, el Ayuntamiento, las multas y la publicidad. Los bultos de más peso los llevan los mensajeros o las empresas de logística. Es lástima ese cultismo de "logística" porque hay un término griego más auténtico: "metáfora” (= traslado o mudanza de un lugar a otro).

El correo electrónico o e-mail (pronúnciase "imeil") es una maravilla por su inmediatez y porque es uno de esos raros servicios que resultan gratis. El problema está en que, dada esa facilidad, la mayor parte de los correos que le llegan a uno son perfectas sinsorgadas o puerilidades. Bastará asegurar que hay personas desconocidas que me envían media docena de correos todos los días. No me atrevo a quitarles la ilusión.

Más fácil sería emplear el teléfono, no ya móvil sino ubicuo. Sin embargo, un mail queda más fino, sobre todo por la fuerza de la palabra escrita. Scripta manent (= lo que se escribe puede ser una prueba) y en cambio "las palabras se las lleva el viento". Por eso la expresión "envíame un meil" es una nueva forma de afecto o amistad.

Hasta hace un par de siglos los que escribían eran pocos y por eso las cartas o misivas eran casi un género literario. Pero hoy casi todo el mundo puede escribir y escribe, al menos mensajitos telefónicos o similares. De ahí la proliferación de tantos textos inanes, muchas veces hechos con la irresponsable técnica del "corta y pega" con materiales ajenos.

Una de las nuevas tareas cotidianas de muchas personas es "abrir el correo", se entiende, el electrónico. Se ha convertido en una obligación tan higiénica como las abluciones matutinas. Con las tabletas y otros enseres portátiles ya no hay pretexto para dejar de cumplir esa obligación. Lo malo es que no está escrito, pero se impone el deber social de contestar a los correos que le llegan a uno. Es asunto materialmente imposible y estéticamente degradante. Visto así el caso, la informática no nos ha facilitado la vida sino que ha venido a complicarla. Por lo menos podríamos aprender un nuevo estilo en esa literatura de los mails o meils. Por ejemplo, podríamos suprimir los ringorrangos de saludos y despedidas, que estaban bien para la literatura epistolar de antaño.

Especialmente irritante es ese correo que parece que se lo envían exclusivamente a uno. Sin embargo es fácil percatarse de que es una copia de otros muchos dirigidos a un inúmero de destinatarios. Nos acercamos al spam (un acrónimo que no sé lo que quiere decir), o sea, la multiplicación de correos sin sentido que se distribuyen casi al azar. Es un exceso de información que nos dificulta la vida. Lo malo es que todo esto es irreversible. Es tan útil el correo electrónico que aceptamos resignados las posibles inconveniencias.

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