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Amando de Miguel

España y sus regiones

Nacionalismo lingüístico? No, simplemente hacer la vida más agradable

Buena la hice cuando escribí aquí Sanjenjo, un hermoso pueblo de Pontevedra. Yo así lo he llamado siempre y no creía que fuera a molestar a nadie. Es fácil averiguar por qué los castellanoparlantes denominamos así a Sanxenxo. No lo sabemos pronunciar con esas equis gallegas. Julio Pascual me dice que en castellano tendríamos que decir San Genjo. Antonio Fulgueira (Lugo) sostiene que debemos decir San Genaro. Añado que eso será en italiano; en español es San Jenaro. Tino Sieira Ferrín defiende que el nombre correcto en español es San Ginés. Pero el verdadero Ginés era San Genesio de Arlés. En cuyo caso, Sanxenxo tendría que ser Sangenesio o algo así. Bueno ¿y por qué no lo dejamos en Sanjenjo como toda la vida de Dios hemos dicho en Castilla? Los gallegos que pronunciern Sanxenxo. Por lo mismo, los alemanes se refieren a Köln y en España decimos Colonia que suena y huele mejor. ¿Nacionalismo lingüístico? No, simplemente hacer la vida más agradable.
 
Ya que estamos, Alberto Pardina se pregunta por qué tenemos que pronunciar “tevetrés” y no “teuvetrés” cuando nos referimos a la emisora en catalán TV3. Añado yo que por la misma razón pronunciamos “benegá” y no “beenegé” cuando indicamos el partido gallego BNG. Es decir, por tontería mimética. Alguna vez he pronunciado yo “emaití” para referirme al famoso MIT de Boston. En ese caso puede mucho el tirón del inglés internacional, pero no deja de ser un poco afectado cuando se habla en español, sobre todo fuera de un contexto académico.
 
José Galbete (Pamplona) aporta el término tontico que se utiliza mucho en su tierra para señalar a una persona con algún tipo de retraso mental. Me indica que el término “es entre cariñoso y paternalista; en ningún caso oculta un sentido despreciativo”. Me parece una maravilla del lenguaje popular. Ese sufijo “ico” es un hallazgo. Una amiga mía me dice que “no es lo mismo pedir media docenica de ostras que media docena de ostricas”, esto en Zaragoza. Sutilezas del idioma.
 
Transcribo un correo que me envía Xavier de Ventolà (Barcelona) para que aprecien los lectores de Libertad Digital un tipo muy peculiar de literatura: “Buenos días Sr. Amando de Miguel. Se ve con el paso del tiempo, tantos años desde la transición, le traiciona su subconsciente. Le respeto el amor pater-filius, pero ¿no cree que la afiliación de su hijo a una secta y su difusión por la prensa tuvo algo, mucho, que ver en su adiós y [su] odio a Catalunya? Atentamente”. Cierto es que mis hijos fueron atrapados por una secta destructora y ello supuso una lacerante experiencia para ellos y para sus familiares y amigos. Pero ese asunto fue después de mi “adiós” a Cataluña. Luego nada tuvo que ver con que yo me fuera de Cataluña. En realidad tuve que irme porque me amenazaron (a otros y a mí) por sostener la opinión de que Cataluña iba a perder mucho si orillaba el idioma castellano. Sigo creyendo que es uno de sus valiosos activos culturales, como es el inglés para Irlanda o el español para México. ¿Usted cree, don Xavier, que se puede echar a alguien de Cataluña por sostener esa opinión? Lo que no entiendo es lo de mi “odio” a Cataluña. Es difícil que pueda uno odiar a un pueblo entero, aunque contenga ejemplares como don Xavier. La experiencia catalana fue para mí muy positiva, casi podría decir de arrobo. Puede consultar don Xavier mi libro El final del franquismo. Testimonio personal, donde se contienen algunos pormenores sobre el particular.
 
Agradezco mucho que los curiosos lectores me llamen la atención por las erratas o errores que yo pueda deslizar en mis escritos. Pero, por favor, no se me irriten, que es malo para el estómago. Ofrezco esta perla de G. Henning Codinachs (Barcelona). Por favor, léanla con atención. “Sr. de Miguel. Me permito hacerle una observación. El hecho de que usted desprecie al resto de lenguas del estado no le da derecho a reírse de ellas. Como de todas maneras va usted a seguir haciéndolo, con ese gracejo suyo tan español, con todo lo que esta palabra reporta, y le aseguro que para mí no es más que cutrez y complejo de inferioridad, sí que le conmino a que, por lo menos, escriba correctamente las palabras que no son castellanas pero que debe conocer, dado que la que nos ocupa es un nombre propio. En su artículo dice que la consejera vasca se llama Zenorrabeitia. Pues no, se llama Zenarruzabeitia. Creo que el esfuerzo tampoco es tan grande, aunque sea usted tan español. Además, usted ejerce de periodista, con lo que la falta es doblemente grave. Como habrá adivinado, mis ideas y sentimientos están en las antípodas de los suyos y los de sus compañeros de tertulias y redacción. Pero me gusta saber lo que dice mi enemigo. Reconozco que provocan en mí enfado unas veces e hilaridad otras. Reciba un saludo, no cordial, por supuesto”. No sé cómo es un “saludo no cordial”. ¿Lo practica usted mucho? Ni don Rodrigo en la horca se despediría tan gentilmente. Me insulta llamándome “español”. No es un insulto. No sé de dónde saca usted que desprecio al “resto de las lenguas del estado”, de España, supongo. ¿Cómo voy a despreciarlas? Respecto a la errata, pido perdón a la señora Zenarruzabeitia. Es fácil comprender que tal nombre es muy fácil de trabucar. No ha habido ni la más mínima voluntad de ofender a la consejera vasca con esa equivocación. Me deja usted estupefacto, don G. Henning, al conminarme. “Conminar = exigir a alguien que haga algo bajo amenaza de castigo”. Aparte de leer sus impertinencias, ¿qué castigo me va a mandar, señor mío?
 

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