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Amando de Miguel

Frases que no hacen historia

Son innúmeras las comunicaciones sobre una acción tan nimia como llevar a hombros a un niño. Qué riqueza la del español. Geno Gómez asegura que en El Puerto [de Santa María, supongo] se dice “a borricote”. Parece una variación de “a borriquito”.
 
Enrique Céspedes León comunica que “llevar a cuchos” se utiliza también en Asturias, no solo en Cantabria, como aseguraba Carlos Porrita.
 
Según Francisco Lavado Bautista en Almería la expresión es “llevar a coscos”. En el lenguaje popular, el cosco es tanto como “la cabeza”. De ahí “coscorrón”.
 
Maria José Fernández de la Cigoña en Galicia se dice “llevar a cabaleiras” (sobre los hombros), distinto de “llevar a caballo” (sobre las espaldas). Doña Maria José ha oído que en Aragón dicen “llevar a coscoletas”.
 
María Concepción Fernández López proporciona más datos. Confirma lo de “a coscoletas” en Navarra, “a requicho” en Galicia, “o carracho” en Lugo. Lo de “coscoletas” lo identifica con “caracoles” (llevan la casa a cuestas) y “carracho” equivale a “garrapata”. También en Galicia se dice “coller no colo” (= coger o llevar al cuello).
 
Fernando Echávarri (Pamplona, ahora en Pozuelo de Alarcón, Madrid) recuerda que en su infancia pamplonica la acción de llevar a los chavales a hombros era “llevar a reconcos”, o “arre concos”.
 
Norberto Cabrillo Bolado (Socuéllanos, Ciudad Real, originario de Santander) precisa que el “llevar a hombros” de los montañeses es distinto a “llevar a cuchos”. Esa última acción corresponde a “llevar a alguien sobre la espalda de tal manera que los muslos del izado descansen sobre los antebrazos del que carga y no sobre sus hombros”. Qué finura. Me imagino que todas esas posturas de llevar a hombros o sobre la espalda las han ensayado los hombres por imitación de lo que hacen algunos mamíferos con sus cachorros. Es una expresión de ternura.
 
Ahora se entiende lo de “lengua viva”, tan finas son las variaciones de las palabras y las acciones comunes. Lo de “llevar a hombros” siempre ha sido una acción mágica. Recuérdese al gigante Atlas con la bola del mundo sobre sus hombros. Cristo es el Buen Pastor que lleva la oveja descarriada sobre sus hombros. Cristóbal o Cristóforo es la figura gigantesca que lleva al Niño Jesús sobre sus hombros para atravesar el río. Es una leyenda anterior a Jesucristo. Hoy San Cristóbal es el patrón de los automovilistas. La expresión “sobre los hombros de los gigantes” se ha repetido en varios idiomas y en distintas épocas para indicar el apoyo de la tradición. Por ejemplo, la cita Newton y la recoge en el siglo XX el sociólogo Robert K. Merton (que fue profesor mío). Sobre el particular escribió un libro entero.
 
Respecto a la expresión “a caballo entre”, Antonio Machado (un pseudónimo, supongo) sostiene que se refiere a “una distancia que se puede hacer en un tiempo prudencial”. No estoy muy de acuerdo. Cuando una cosa está “a caballo entre” otras dos es que se sitúa a horcajadas, en medio, sin que influya mucho la distancia. Por ejemplo, Siete Picos está a caballo entre Segovia y Madrid.
 
Rafael Agüera Lisazo me comunica que, en el mundo financiero, se utilizan expresiones como “a caballo de par”. Se refiere a que “el diferencial de tipos de interés entre dos divisas es prácticamente cero, pero el margen entre la demanda y la oferta coloca a cada una ligeramente por debajo o por encima de cero”. En la misma jerga “a caballo de la figura” [= cifra] expresa el cambio de monedas cercano a una cifra redonda. Veo que se confirma la idea de “a horcajadas” (= con una pierna a cada lado de la silla en la caballería).
 
Luis Ferreras Matilla acepta lo de “olor de santidad” como fama,  pero no ve claro que se pueda decir “olor de multitudes”. Para don Luis sería más claro “elogio general [loor] de multitudes”.  En latín (y en castellano) el olor es también la sospecha, el presentimiento, la esperanza o promesa. “En olor de multitud” viene en el diccionario oficial como un sentimiento de admiración o entusiasmo que expresa mucha gente de modo espontáneo. Loor es algo parecido (elogio o alabanza), pero no es tan expresivo. De todas formas, resulta extraño la persistencia de los anacronismos que digo.
 
El refrán “de perdidos, al río” sigue mereciendo comentarios. Juan Alfonso Andrade Ortega (Jaén) arguye que el río suele ser “una referencia topográfica concreta y segura” por lo que, si se busca el río, el viajero extraviado se podrá orientar. De la misma opinión es Antolín Pendueles. Carlos Bonilla (Sevilla) insiste en que los ríos, de noche, son unas buenas señales para no perderse. Me han casi convencido. No el todo, porque el sentido usual de la expresión no es tanto la necesidad de orientarse como la de tomar una decisión a la desesperada.

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