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Amando de Miguel

Fútbol y Cataluña

De un tiempo a esta parte, por mucho que cambie de emisora, me encuentro con esta simplicísima opción temática: o me hablan de fútbol o de Cataluña.

No me refiero a la vulgaridad de si los jugadores del Barça son independentistas. Es otra la cuestión. Soy radiólogo a fuerza de soledad. Mientras cocino el prandio cotidiano pongo la radio hablada como acompañamiento. De un tiempo a esta parte, por mucho que cambie de emisora, me encuentro con esta simplicísima opción temática: o me hablan de fútbol o de Cataluña. En el fútbol los locutores y comentaristas gritan hasta desgañitarse. Las disquisiciones sobre Cataluña son repetitivas: acaban diciendo lo mismo. Ambos contenidos presentan algunas similitudes. Por ejemplo, son expresiones de la secularización religiosa, que en Cataluña ha avanzado especialmente. El forofismo futbolístico al igual que el independentismo catalán son dos formas de religión alternativa. Las manifestaciones multitudinarias de los independentistas tienen un no sé qué de procesiones religiosas. Los grandes clubes de fútbol son a modo de cofradías religiosas. Tanto en el fútbol como en la cuestión catalana el formato es el de suma nula, esto es, un juego dual en el que si uno gana, el otro pierde. En ambos casos se enaltece al héroe, el que figura en todas las fotos de los medios escritos con un halo de santidad laica.

En algo tienen razón los secesionistas. Estas elecciones no son autonómicas sino plebiscitarias. Es decir, son como un partido de fútbol: se gana o se pierde. Mi predicción es que no van a ganar los independistas. Cataluña no va a ser un Estado independiente por dos razones: porque no puede ser y porque es imposible. Pero el resultado va a ser todavía peor que la independencia. A saber, Cataluña continuará estando en España, pero en una situación privilegiada. No otra cosa es el acuerdo en su singularidad. Cierto que todas las regiones son singulares, pero unas más que otras. Cataluña logra ventaja en esa carrera de los privilegios. Ese es el famoso "encaje" de Cataluña dentro de España o también el "federalismo asimétrico". Las demás regiones aceptarán el chantaje para evitar el riesgo de la secesión, que perjudicaría a todos. Un codicilo de ese pacto tácito es que los ladrones del erario en Cataluña no van a ser castigados. Ya no lo fueron en el caso de Banca Catalana. Seguirán yéndose de rositas. Todo sea porque no se independicen. Ahora nos percatamos de que la famosa independencia era solo una añagaza para salvar de la cárcel a las familias de siempre. La jugada ha sido perfecta.

El resultado del falso plebiscito no va a ser un Estado independiente sino un Gobierno de izquierda radical nacionalista dentro del caótico conjunto español. Al igual que en el Ayuntamiento de Barcelona, la llave de ese Gobierno de Cataluña la van a tener Podemos y sus varias filiales (plataformas, colectivos). Es el ensayo decisivo para que la operación se repita a escala de toda España. Es una nueva forma de fascismo, solo que ahora ellos tachan de fascistas a sus oponentes. A veces la Historia se retuerce hasta un punto de farsa. El nuevo fascismo se llama piadosamente populismo.

En el entretanto casi nadie se percata del hecho fundamental: la decadencia económica de Cataluña. Lleva así varias décadas. Ya no es la locomotora del desarrollo español. Pero esa es otra historia.

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