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Amando de Miguel

Gayos y gallos

José Luis Fernández Escudero da su versión sobre el origen de la voz gay. Proviene de “las pegatinas adheridas a los traseros de los homosexuales de San Francisco, donde ponían escrito: homo is gay (= ser homosexual es alegre). No dudo de esa historia reciente, pero el origen es mucho más antiguo. En la obra The Fair Penitent, de Nicholas Rowe (1703), el protagonista es el “gay Lothario”, una adaptación del personaje del don Juan español. El “gay Lothario” seduce a Calista, la “escrupulosa arrepentida”. Mucho antes de que Gregorio Marañón asociara la petulancia machista con la personalidad feminoide en la figura del Tenorio, el “gay Lothario” había entrado ya en escena. Faltaba un paso para que gay pasara a ser equivalente de homosexual en inglés y, por imitación, en otras lenguas. Sin duda, el fenómeno de San Francisco cuenta mucho en esa difusión internacional. Pero no debemos olvidar que la voz gayo en español, durante siglos, significó lo mismo que gay en inglés (= alegre, vistoso, multicolor, expresivo). Todavía más, en el castellano tradicional, la gaya era otra forma de denominar a la urraca o marica. Luego bien podemos llamar hoy gayos o gayas a los homosexuales, varones o mujeres a partir de una tradición castiza.
 
Antonio Conde afirma: “Llamamos maricas a las urracas por ese cantar tan característico, tan poco agraciado y tan dado a recibir contestación de sus congéneres, de forma que a menudo forman un muy estridente coro en cuanto existe algo que les llama la atención […]. Vamos, muy parecido a las manifestaciones del orgullo gay”.
 
Eduardo Barrachina documenta el uso de la voz homosexual, que se introdujo en 1869 para designar una enfermedad. Cien años después surgieron las manifestaciones del movimiento gay en el Greenwich Village de Nueva York. La nueva palabra gay desplazaba a la tradicional de queer (= maricón) para evitar la carga hiriente. En los años 90 hay un intento de resucitar queer desprendida de su sentido despreciativo. Don Eduardo no está de acuerdo con mi resistencia a emplear la voz gay para sustituir la de “maricón”, tan denigrante. Mi opinión es que el carácter denigrante lo pone el pueblo, no yo. Por otra parte, aceptaría gay si se dijera gayo o, en todo caso, guey. Desde luego, no es algo que me quite el sueño.
 
Ana García Lobo aporta un dato interesante. En su opinión la voy gay empezó a popularizarse a partir de la película Bringing up Baby (La fiera de mi niña). En una hilarante escena en la que Gary Grant se pone un salto de cama de Katherine Hepburn. El hombre, apurado, se siente “terribly gay”, algo así como ridículamente disfrazado de mujer. Doña Ana opina que la voz gay “nunca se empleó como un insulto”. Su equivalencia en castellano es “loca: en el sentido de describir a [un varón] que se siente alegre, chispeante, y al que, además, se le presume una vida licenciosa y cierta afición a vestirse de mujer o a adoptar gestos y dicciones exageradas o cursis”. Está bien visto.
 
Francisco Con Garza (Monterrey, México) se pregunta si la dichosa palabra maricón no tendrá algo que ver con la diosa Marica. No se me alcanza. Según la tradición, Marica era una de las mujeres de Fauno, quien engendró a Latino. Quizá haya una asociación entre el desfile del “orgullo gay” y las faunalia romanas, que eran fiestas orgiásticas.
 
Alfredo Prendes García me envía un comentario crítico sobre mi posición política o ideología. En su opinión no es una “deriva liberal” ─como se podría presumir─ porque, como otros sedicentes liberales, vivimos pegados al erario público. ¿Tendría, entonces, que cesar de mi condición de catedrático? Por otra parte, don Alfredo, el erario siempre es público; podría ahorrarse usted el calificativo. Pero la razón fundamental para apearme la etiqueta de liberal es porque me entretengo con la disquisición entre los distintos nombres que pueden recibir los homosexuales. Ahí le duele. Don Alfredo sostiene que esas disquisiciones “quedan fuera de su área de competencia” [de la mía]. Ya estamos con la obsesión de qué asuntos son opinables. No veo por qué no vaya a ser de mi competencia las opiniones sobre los usos del idioma. Tampoco logro entender por qué esa decisión de opinar es incompatible con ser uno liberal. Concluye don Alfredo con esta recomendación: “Me gustaría animarle a que recuperara la expresión pública de los que para son algunos de sus atributos intelectuales: el humor y la ironía”. Agradezco el consejo. Haré lo que pueda. Pero seguiré opinando de lo que me dé la gana. Me parece que son algunos gayos quienes han perdido el sentido del humor y de la ironía.
 
Agustín de Burgos López (Aberystwyth, Wales, Reino Unido) entiende que prohibir que se casen dos personas del mismo sexo es “poner trabas al amor”. En su opinión, no hay derecho, “con tanta violencia [como hay] en el mundo”. Pregunto: ¿qué tendrá que ver el culo con las témporas? Perdón por el retruécano. Todos los derechos tienen trabas. Sin ir más lejos, este del derecho a matrimoniar suele recortarse cuando alguno de los contrayentes ya está casado o son parientes en primer grado. Tampoco es fácil que se admita el matrimonio entre tres o más personas. Como puede ver, don Agustín, hay bastantes “trabas al amor”.
 
En la revista AR (agosto 2005) leo una opinión profesoral de Javier Sádaba, quien da el “significado exacto” dematrimonio: “dar o vender a la mujer”. Ya es extraño que don Javier pueda creer que hay “significados exactos”. Pero es quematrimonioquiere decir literalmente “obligación de la madre”. Ya me dirá el ilustre colega qué obligación va a haber cuando ninguno de los contrayentes pueda ser “madre” o ambos son “madres” potenciales o simbólicos. Pero comprendo a mi egregio colega. Si don Javier quiere seguir medrando en el terreno del pensamiento dominante tiene que decir lo que dice.

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