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Amando de Miguel

Hablar con propiedad

El sábado se hizo para el hombre, no el hombre para el sábado. Todas las palabras se inventaron alguna vez. La gracia está en que la nueva invención se difunda y se acepte.

Melitón Cardona me advierte que en latín no se escribe "contra múndum" (como yo decía) sino "contra mundum", porque en latín no hay tildes. Ya lo sé. Pero, como el latín es nuestra lengua madre, me permito ponerle tildes según las reglas del castellano. Por ejemplo, referéndum o memorándum. Reconozco que es algo un tanto arbitrario, por lo que me someto a la autoridad competente.

Reconozco que a veces dejo caer expresiones convencionales que quedan sin explicar. Por ejemplo, la alusión a que "el rey va desnudo" para indicar que Federico Jiménez Losantos o yo mismo simplemente decimos ingenuamente algo que otros no se atreven a criticar. Fidelio Herrera me pide que le aclare esa expresión. Es muy fácil. Alude a un viejo cuento oriental traído a España por el infante don Juan Manuel y que se hizo famoso en la versión de Hans Andersen, El vestido nuevo del Rey. Es un apólogo que critica los convencionalismos. Érase que se era un Rey que quiso hacerse un vestido fastuoso. Contrató para ello a un equipo de sastres muy afamados para que le confeccionaran un vestido nunca visto. Pagaría lo que fuera por el trabajo. Los sastres se pusieron a la faena y pidieron todo tipo de materiales: hilo de oro, brocados, perlas, piedras preciosas, sedas, etc. Convencieron al Rey de que la vistosidad del vestido real solo lo apreciarían los que eran hijos legítimos. Difundieron muy bien esa condición, pero los pícaros hicieron creer que el Rey llevaba puesto el traje cuando realmente iba desnudo. Todo fue muy bien en la ceremonia de la coronación. El pueblo entero y los nobles vitoreaban al Rey y ensalzaban la magnificencia del vestido. Nadie quería pasar por hijo ilegítimo. Hasta que un niño pequeño gritó desde la multitud: "¡El Rey va desnudo!". Cayeron todos en la cuenta del ridículo que habían hecho, pues el niño inocente no tenía por qué razonar sobre su legitimidad. La moraleja es evidente.

Luis Cáceres Ruiz se congratula de esa facilidad que tiene Federico Jiménez Losantos para inventar palabras. Yo la aducía aquí como una estratagema de crítica política. A ese propósito, don Luis cuenta la anécdota de una comida que tuvo FJL con Rodrigo Rato en 1993. Don Rodrigo le preguntó a don Federico cómo calificaría la posibilidad de vender la Segunda Cadena de TVE a Polanco. La respuesta del acerado comentarista fue: "No habría palabras en el diccionario (para calificar esa acción), pero las inventaríamos". Me parece una historia muy ilustrativa, sobre todo para los temerosos de los neologismos. El sábado se hizo para el hombre, no el hombre para el sábado. Todas las palabras se inventaron alguna vez. La gracia está en que la nueva invención se difunda y se acepte.

Agustín Fuentes recuerda la famosa anécdota de Camilo José Cela cuando el presidente del Senado (Antonio Fontán) le reprendió por estar dormido en una sesión. Cela replicó sin pensarlo: "No estoy dormido sino durmiendo". Lo que sigue se lo ahorro a los lectores. Es de sobra conocido. Don Agustín se pregunta si, después de haber dormido bien, uno puede decir que "está bien dormido". Me parece que no suena mal. En el caso de Fontán su acusación era que el senador estaba "dormido" cuando debía estar despierto. A veces uno puede "hacerse el dormido" para indicar que no le interesa lo que oye. Supongo que esa era la actitud de Cela. También está lo de "dormirla" para referirse a una borrachera o moña que da sueño o resaca. Cabe decir que uno está "medio durmiendo" o "dormitando", que igualmente se podría aplicar al supuesto de la anécdota del Senado. Más imaginativo es decir que a uno se le ha "dormido la mano" o el pie. Es curioso que los niños entiendan perfectamente lo de "durmiente", cuando es una palabra que apenas se utiliza.

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