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Amando de Miguel

Hablemos de sexo

Juan Bdo. Albertí Dumas se pregunta: “¿Qué tendrá que ver la Filosofía aristotélica con las prostitutas?”. Lo dice porque “peripatética” es tanto la persona que sigue la escuela de Aristóteles como la prostituta. La asociación es muy fácil de ver. En griego, peripatetikós es lo mismo que “paseante”. Se dio ese nombre a los alumnos de Aristóteles porque el maestro daba sus clases paseando por el jardín. Puede que el estagirita fuera propenso a las almorranas. Las putas son también “paseantes” por razones obvias. De ahí también trotonas, carreristas, las que hacen la calle. Se buscan muchos sinónimos de puta, con nombres festivos, para eludir el sentido despreciativo que se da a ese arrastrado oficio. Con ese ánimo festivo se acude al griego. Ese es el caso de peripatética o pornografía (= imágenes procaces). Incluso se inventan algunas palabras que parecen griegas, como sicalipsis (algo así como “frotación del higo”, realmente pornografía festiva o galante). El éxito mayor fue suripanta, una palabra elegante para mujer de vida alegre, creada en 1866 como una especie de broma. Apareció en una “revista” o zarzuela picante. Suripanta no quería decir nada. Simplemente sonaba a griego y todo el mundo comprendió que correspondía a la palabra vitanda puta a través de su variante permisiva de corista. Es una pena que ese estupendo neologismo de suripanta haya caído en desuso. El iva y la seguridad social han acabado con el misterio de lo prohibido.
 
Copio la misiva de C.C. Antton Sánchez: “Estimado (hasta hoy) Amando de Miguel. Hasta la fecha yo leía y seguía su columna con mucho interés, pero hoy me ha dado un vuelco el alma al leer que usted prefiere escribir, y supongo que decir, maricón y tortillera en lugar de homosexual y lesbiana. Me gustaría aclararle que eso son insultos que los homosexuales y lesbianas padecemos y que reflejan lo lejos que todavía estamos de ser iguales y libres, como tanto predica la publicación en la que aparece, y que con esto se le ve el plumero ideológico. Si no, imagino que entonces preferirá decir mongolito a [la] persona con síndrome de Down, beata o beatona en lugar de católica practicante, maketo o charnego en lugar de inmigrante, etc, etc., ya que los últimos términos no son más que ñoñerías. Perdón si se ofende por llamarle gilipollas, pero es que llamarle torpe me parece una ñoñería”.
 
Hasta aquí la carta de don o doña C.C. Antton Sánchez. Vayamos por partes. Primero, identifíquese. Para insultar es imprescindible. Paso a explicarme. En el lenguaje corriente casi todos decimos maricón o tortillera, y no homosexual o lesbiana. Los dos últimos términos (y no digamos gays) son un tanto cursis. El de lesbiana resulta particularmente impreciso. ¿Todas las mujeres de la isla de Lesbos son tortilleras? ¿Lo eran en el pasado? Lo de homosexual se aplica solo a los varones (pero que en parte se consideran mujeres o con modos femeniles). ¿No es un término machista? Me parece muy bien que los homosexuales y lesbianas ─si es que prefieren llamarse así─ quieran ser “iguales y libres”. No seré yo quien propugne lo contrario. Pero en ese caso será mejor que no alardeen de su orientación sexual, no sean exhibicionistas por el atuendo o el lenguaje. Mala cosa cuando hay que salir en procesión burlesca demostrando el “orgullo gay”. La palabra maricón me parece un acierto. El prefijo mari alude a los rasgos femeniles que distinguen a los homosexuales. El sufijo ón recuerda a varón o quizá lo exagerado. Es evidente la ambigüedad, pero es la que practican los homosexuales declarados. Por otra parte, todas las personas tenemos rasgos masculinos y femeninos. Otra cosa es que nos inclinemos más por los que corresponden a nuestro sexo o por los contrarios. Por esa razón la palabra homosexual no me parece adecuada. Un maricón es un varón con rasgos del otro sexo, luego lo de homo (= el mismo) es una calificación inapropiada.
 
También lo es la voz heterosexual para los varones que tienen rasgos predominantemente masculinos. Vamos que lo de maricón me parece una palabra más precisa y expresiva. Si alguien se ofende, peor para él o para ella. Nunca llamaría mongolito a un niño mongólico o con síndrome de Down. Lo de “mongólico” es palabra muy apta y en modo alguno es despreciativa. Es más, un niño mongólico me produce siempre una sensación de ternura. Beata sí puede ser un término desdeñoso para las personas que entienden la religión con un exceso de formas reverenciales. De ningún modo beata es equivalente a “católica practicante”. Lo de maqueto o charnego, depende de la intención. Durante diez años de mi vida he sido maqueto en San Sebastián y durante otros diez he pasado por charnego en Barcelona. A mucha honra. No ofende quien quiere sino quien puede. Lo de gilipollas sí me parece un insulto, francamente, pero comprendo que es un riesgo del oficio. Lo que no entiendo es por qué soy “gilipollas” y no “torpe” en el ánimo de mi interlocutor o interlocutora. En cambio, don o doña C.C. Antton, o como se llame, sí me parece torpe. Leo todos los sinónimos de torpe en el DRAE: desmañado, rudo, tardo en comprender, deshonesto, impúdico, lascivo, ignominioso, indecoros, infame, feo, tosco, falto de ornato.
 
No todo va a ser insultos. José María Álvarez Álvarez me da las gracias, gentilmente, porque estos articulillos hacen que se pare a pensar. Es uno de los objetivos de este corral de las palabras. Que sea por muchos años. Me siento muy honrado por la compañía de don José María y tantos otros que emplean la cabeza para pensar.

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