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Amando de Miguel

Hacia la República catalana

L​​​​​​los independentistas catalanes, generosamente pagados por el Estado español, parecen muy cobardes.

L​​​​​​los independentistas catalanes, generosamente pagados por el Estado español, parecen muy cobardes.
Carles Puigdemont y Oriol Junqueras | EFE

Mientras se sigue debatiendo si se va a levantar o no un referéndum de autodeterminación en Cataluña, la realidad va por otro lado. Simplemente, los que mandan en Barcelona se disponen a proclamar por su cuenta la República Catalana. Ya no pueden parar ni volverse atrás. Algún orate ha dicho en el Congreso de los Diputados que así se acabará de verdad en Cataluña la corrupción política. ¡Como si la gran familia del nacionalismo catalán no hubiera sido la campeona en el arte de esquilmar el erario para su personal beneficio! Precisamente, ahí está el secreto de las prisas por la independencia de Cataluña. Conseguida la cual, los dóciles jueces nacionalizados declararán impunes a los corruptos, y con efecto retroactivo. Es lo menos que pueden hacer para probar su catalanidad.

Muchos opinan que la campaña de la mal llamada Generalidad en pro de la autodeterminación es un grueso crimen continuado, pero nadie ha ido a la cárcel por ello. Es lástima, y me pongo en el punto de vista de los independentistas. En otras situaciones parecidas de nuevos Estados europeos, declarada su respectiva independencia, sus dirigentes han pasado honrosamente por la cárcel. Es un mérito y un sacrificio que les concede el título de padres de la patria. Pero los independentistas catalanes, generosamente pagados por el Estado español, parecen muy cobardes. Les falta mucho para llegar a conseguir la grandeza de un gran rebelde irlandés como De Valera, por poner un ejemplo.

La pregunta del millón: ¿qué harán los socialistas ante la eventual amenaza de la proclamación de la República Catalana? Dado que ellos creen en la pluralidad de naciones dentro de España, no sabrán bien a cuál de ellas atender. Malo si se alían con el PP en defensa de la nación española de acuerdo con la Constitución. Pero peor si apoyan más o menos silentes la nueva aventura independentista. En ambos casos serían barridos por la tribu de Podemos y sus pseudópodos. Se abre la posibilidad de una verdadera guerra incivil.

Lo lógico es que a Pedro Sánchez le tiente mirar con simpatía el proyecto de una República Catalana para optar él a la presidencia de una hipotética República Española. A la tercera va la vencida, dicen los jugadores profesionales. El bueno de don Pedro se sentiría encantado de instalarse en el palacete de la Moncloa, donde ondearía la bandera republicana. Su franja morada sería un buen símbolo para los de Podemos y afines. Se le podría añadir una estrella roja para señalar los nuevos aires políticos y reforzar así la fraternidad con la República Catalana.

Este mes de septiembre está siendo el remedo de otro similar en 1930, con sus continuos conciliábulos para celebrar la coyunda entre las izquierdas y los secesionistas. Una vez más, la Historia se repite como farsa. En 1930 había un Gobierno conservador irresoluto. Ahora también. Todo lo más, el PP no sale de la aporía de confiar en el automatismo de las instancias jurídicas. Es la lógica de los altos funcionarios, los que han ganado brillantemente unas oposiciones. Pero hay razones para sospechar que esa vía institucional no funciona en los momentos de crisis política, como es el actual. Por eso mismo se impone el planteamiento de la cárcel para los mandamases de la Generalidad. Sería muy de lamentar que se les dificultara ese privilegio de pasar a la posteridad como héroes.

Es tal el espíritu patriótico de los independentistas catalanes que no les va a importar que su nación se vea excluida del euro y de las otras amenidades de la Unión Europea. Es más, sabrán aceptar con dignidad los sacrificios que va a suponer su independencia. Quizá se les ocurra, a la desesperada, asociar a Cataluña con Gibraltar, el otro territorio irredento de la Península Ibérica. Hasta puede que estuvieran dispuestos a negociar el precio que supone quedarse con los bienes que son ahora patrimonio del Estado español y se encuentran en Cataluña. Ya se sabe que no puede haber expropiación sin indemnización. Se recordará que, según la sabiduría popular catalana, "la pela es la pela". Claro que, de acuerdo con la expresión de Cantinflas, estos jefecillos de la Generalidad son unos "indolescentes".

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