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Amando de Miguel

La extraña ausencia del pueblo español

A ver si no es curioso que el diputado español que más resueltamente insulta a los demás se llame Rufián y no se considere español. Somos muy originales.

Mucho se habla sobre el "populismo" en la vida pública española. La verdad es que no se sabe muy bien lo que significa. Quizá sea una forma eufemística de no aludir al comunismo, una palabra que resulta fea.

No obstante, compruebo con asombro que en la parla de muchos políticos se ha desvanecido el glorioso término de pueblo español. En su lugar se prefieren enunciados menos comprometidos como "conjunto de los españoles", "ciudadanía", "ciudadanos y ciudadanas", "ciudadanos del Estado", "gente". Es una lástima. Se desvanece así la deliciosa polisemia de la lengua castellana por la que la voz pueblo significa al mismo tiempo un lugar físico donde habitan las personas y también ellas mismas, la población empadronada. En otros idiomas cercanos se necesitan dos palabras para cada una de esas realidades. Aunque no se mencione, la idea del pueblo español es la base de nuestro sistema democrático. Eludirla me parece tarea vana.

No es la única maravilla del lenguaje público. A ver si no es curioso que el diputado español que más resueltamente insulta a los demás se llame Rufián y no se considere español. Somos muy originales.

Se desvanece la expresión pueblo español porque así interesa a una buena parte de los políticos. Han aprendido que pierden votos en las elecciones si tienen en cuenta el interés general, que siempre será una abstracción. En su lugar se alza la primacía de intereses bien organizados, a los que el político debe atender solícito, si quiere alzarse con el poder o mantenerse en él. No me refiero solo a los clásicos intereses financieros o empresariales, sino a los ideológicos. Ahí entran, por ejemplo, los separatistas, hoy tan en boga.

No parece claro el límite de los territorios que pueden separarse de otros. Es decir, España vendría a ser una especie de pueblo de pueblos, de nación de naciones, cuyas partes se podrían independizar a voluntad de cada una de ellas. Por lo mismo, el Estado español se disolvería en un Estado de Estados, o mejor, un estado de estadillos. No es broma: parece que Cartagena pretende separarse de Murcia. Esperemos que no sea para declarar la guerra al antiguo reino. Una operación así daría ánimos a los de Gijón para emanciparse de las Asturias, a los de Treviño para renegar de Burgos, a los de Arán para desligarse de Cataluña. Y así sucesivamente. Tendría gracia un calendario de continuos referendos secesionistas en toda España. Si no resultara lo que quieren los separatistas, ¿se podrían volver a repetir las consultas? ¿Puede ser soberano un Parlamento regional? ¿Y un consistorio municipal?

La noción política de pueblo presenta una particularidad frente a otras equivalentes. El pueblo español representa algo más que el conjunto de los actuales empadronados en sus ocho mil municipios. Moral y simbólicamente implica también a los antiguos habitantes de España en todas las épocas. Esa misteriosa identidad a lo largo del tiempo y sobre un mismo territorio es lo que certifica el concepto de nación. De ahí que no sea fácil convenir que un referéndum entre los españoles actuales determina si una región es o no parte de España. Si lo fue, lo es; así de sencillo.

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