Menú
Amando de Miguel

La famosa reconversión

El llamado Estado de las autonomías no ha resuelto las graves cuestiones de convivencia. Es evidente que el nacionalismo que llamábamos moderado se ha convertido en abierto secesionismo. Por otra parte, está resultando carísimo; no lo podemos pagar.

Debo contestar a las numerosas preguntas que se me hacen sobre el asunto de lo que llamo (un poco en broma) "Manifiesto de los Cien Mil". Realmente es una carta colectiva, dirigida a Rajoy, y firmada en principio por 35 personas (encabezadas por Alejo Vidal-Quadras). Después se ha sumado ya más de 15.000 (Diríjanse a www.reconversion.es para incorporarse a ese elenco). No me interesa tanto las razones para esa adhesión como las que se resisten a ella. Eso es ya empezar el necesario debate.        

Dicen algunos que se trata de un nuevo partido encubierto, lo que produce cierto desengaño anticipado. No creo que esa sea la intención de los redactores de la carta famosa, aunque, quién sabe, las circunstancias pueden cambiar. El Manifiesto apela a que sean los dos grandes partidos quienes acuerden una completa reconversión del Estado, aunque para ello haya que cambiar la Constitución a través de un referéndum. Intuyo un grave obstáculo: los dirigentes de los dos grandes partidos se odian.

Tampoco tiene mucha solidez la observación de que los primeros firmantes son personas de distinta ideología y que, por tanto, de algunos de ellos no puede uno fiarse. Mi respuesta es sencilla. Sería inútil aglutinar a personas con la misma ideología. Eso sería una secta, una facción. El Manifiesto se apoya precisamente en una queja general sobre la estructura del Estado que tenemos. Luego cada uno podrá aportar unas u otras soluciones. Si algún factor común hay entre los firmantes es que creemos que los nacionalismos han sido la ruina de España.

Otra crítica es que el Manifiesto no ofrece soluciones. Es cierto, pero hay que huir del vicio del "arbitrismo" español de todos los tiempos. Consiste en que cada español lleva consigo un cartapacio con las soluciones a todos los problemas colectivos. Las soluciones solo pueden darlas los políticos o los expertos, pero después de haber planteado bien los problemas. Las soluciones deben debatirse ampliamente. Hay que tener siempre presente el coste alternativo de seguir como estamos.

Una reacción de algunos para no atreverse a adherirse a la iniciativa del Manifiesto es que se trata de un documento blando, poco radical y, por tanto, escasamente efectivo. Habrá que ver la efectividad, que depende de la voluntad de cien mil personas (por decir una cantidad redonda). De momento, el Manifiesto es tan blando como sugerir que el Gobierno se atreva a plantear un gran debate sobre el asunto de la reconversión o la reestructuración del Estado. No estamos para revoluciones ni para "primaveras españolas".

Hay personas, más cercanas al PP y disciplinadas con el Gobierno, que aducen que ya se están haciendo varias reformas para resolver la crisis económica. Pero la crisis económica es solo una faceta de una crisis mucho más profunda. Las reformas económicas o financieras son solo una tímida faceta de las que se necesitan. Además, después de seis meses de Gobierno del PP, la situación económica del país no ha mejorado mucho; más bien ha empeorado.

Una crítica final es que ya están los partidos políticos con la misión de reestructurar el Estado y lo que haga falta. Pero precisamente un razonamiento del Manifiesto es que nos encontramos ante un sistema partitocrático por el que los partidos intentan llenarlo todo. Lo que se pide precisamente es que esa acción deje suelta la voluntad de lo que podríamos llamar sociedad civil para que también se pronuncie sobre nuestra vida pública. Recuérdese el lema de Mussolini: "Todo dentro del Estado, nada fuera del Estado". No parece un deseo sensato.

Puede ser que, ante la apatía general del país, este impulso que predica el Manifiesto termine por diluirse o apagarse. No importa. Habrá otras iniciativas parecidas que vayan hacia ese mismo objetivo de debatir los grandes problemas nacionales. El primero de ellos quizá sea que el llamado Estado de las autonomías no ha resuelto las graves cuestiones de convivencia. Es evidente, por ejemplo, que el nacionalismo que llamábamos moderado, se ha convertido en abierto secesionismo. Por otra parte, el Estado de las autonomías está resultando carísimo; no lo podemos pagar. Recordemos el hundimiento de Castilla en la Edad Moderna, acogotada como llegó a estar por los impuestos.

En Sociedad

    0
    comentarios
    Acceda a los 2 comentarios guardados