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Amando de Miguel

La hiperestesia de lo público

En España, entusiasmados como nos encontramos por el Estado de Bienestar, expresamos ahora una verdadera adoración por lo público.

La idea de lo público, el sentimiento y la práctica de lo que pertenece al común, es una conquista del Estado moderno que ahora disfrutamos. Es la base de la solidaridad y la igualdad a través precisamente de las acciones del Estado y sus instituciones. Pero, como todo, la bondad reside en el equilibrio respecto a su contraparte, la presencia de lo privado. En España, entusiasmados como nos encontramos por el Estado de Bienestar, expresamos ahora una verdadera adoración por lo público. No hay más que ver la consabida lista de problemas que más preocupan a los españoles según las encuestas. La lista la encabezan el paro, la corrupción, las pensiones y otros asuntos que debe resolver el Estado. Es llamativo que no aparezcan los problemas de la salud personal o familiar, las relaciones afectivas, las cuestiones de conciencia o de moral, entre otras muchas. La ausencia se debe a que son aspectos de la vida privada en los que no intervienen los poderes públicos.

En los últimos tiempos se ha producido una noticia estupefaciente. El exitoso empresario Amancio Ortega ha decidido un plan de donaciones para que ciertos hospitales se provean de las más modernas técnicas de diagnóstico y tratamiento del cáncer. Debemos agradecer su gesto,pues se trata de inversiones costosísimas que no es posible satisfacer con los presupuestos públicos de la sanidad. Lejos de eso, diversos colectivos sanitarios han alzado su voz de protesta para que no se acepten tales donaciones. Por lo visto, las consideran una afrenta contra el principio de una sanidad pública que atienda a todos por igual. La argumentación es un perfecto disparate. La prueba es que en muchos países avanzados se combina muy bien el servicio público con las aportaciones de donantes privados.

Me permito recordar mi experiencia como estudiante y luego investigador en algunas universidades norteamericanas. Las bibliotecas se encontraban muy bien surtidas, lo que me permitió escribir algunos libros que en España no habría sido posible componer. Lo que me llamó la atención fue que muchos servicios de las bibliotecas llevaban placas conmemorativas de quién había sido el patrocinador de tales facilidades. Nada de esto se puede encontrar en España.

Por si mi juicio pudiera parecer exagerado, recurro a otro testimonio de mi memoria. En mi pueblo madrileño de residencia se inauguró hace algunos lustros una estupenda biblioteca municipal. Aprovechando el momento de la ceremonia, hablé con el alcalde (socialista entonces) para ofrecerle algunas cajas con libros de mi nutrida biblioteca particular. El hombre, con la mejor voluntad del mundo, se indignó. El ofrecimiento le enfureció porque "la Biblioteca Municipal es un servicio público" y, por tanto, "no es posible aceptar donaciones de particulares". Me quedé de piedra. Seguramente estaba yo maleado por las costumbres norteamericanas.

La lógica me dice que el proceder de muchos servicios públicos debería ser el contrario del que alardeaba el buen burgomaestre de mi pueblo. Visto el constante incremento de las necesidades locales, no hay más remedio que pedir la continua colaboración de trabajo voluntario y de donaciones de todo tipo. Algo se ha avanzado en este terreno, pero falta casi todo por recorrer. El voluntariado en España es todavía muy raro y se reduce mucho a los jóvenes. Es lástima, pues los que tienen tiempo de sobra suelen ser los inactivos. En esa situación hay millones de españoles que podrían colaborar gratuitamente con muchos servicios públicos. El problema surgiría por el dichoso corporativismo. Los funcionarios o equivalentes protestarían porque tal iniciativa amenaza la estabilidad laboral. En fin, que la cosa no tiene solución.

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