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Amando de Miguel

La maldición numérica

El móvil, el ordenador y otros cachivaches del ramo nos obligan a retener un número de contraseña para entrar en ellos. ¡Ay si se nos olvidan!

Me han criticado que exagero al imaginar que el protagonista de mi última novela Don Quijote en la España de la reina Letizia se irrita por la obligación de tener que identificarse con ristras de números. Está, por ejemplo, el DNI (ocho dígitos más una letra) o el del IBAN de la cuenta bancaria (22 dígitos más dos letras). Don Quijote redivivo se exaspera porque viaja en el tiempo desde hace 400 años. Pero a los que hemos nacido en el siglo XX (y no digamos los del XXI) la cosa nos parece perfectamente natural.

No solo es ese par de guarismos que digo. Puede haber varias cuentas bancarias por familia, cada una con su numerito sesquipedálico. Pero luego está el número de identificación de la tarjeta sanitaria. Uno es un perfecto indocumentado si no recuerda el número de teléfono, el fijo y el móvil, que no coinciden. Son solo nueve dígitos cada uno, pero hay que memorizarlos, porque nos lo van a pedir en muchas ocasiones. No se conforman con el DNI. Es fácil recordar dónde vive uno (calle tal, número tal, piso tal), pero sirve de muy poco si no se acompañan esos datos del número del distrito postal; solo cinco dígitos.

El teléfono móvil, el ordenador y otros cachivaches del ramo nos obligan a retener un número de contraseña para entrar en ellos. ¡Ay si se nos olvidan! Naturalmente, somos socios de múltiples asociaciones, colegios y otros entes corporativos, con sendas tarjetas de identificación. Cada una de ellas lleva un número de identificación. También se personaliza así el vehículo propio y la póliza del seguro correspondiente.

Ya sé que presumimos todos de ser personas, no números. Sin embargo, las personas no son tales si no se acompañan de las múltiples identificaciones numéricas. Solo falta que nos tatúen en un brazo todos los números que digo y quizá algunos más. Así no se perderían.

Un nuevo invento para organizar las colas de los solicitantes en las oficinas públicas consiste en un dispositivo que te da un número con alguna letra cabalística. Es el mismo que lleva uno en la papela que le ha proporcionado otra maquinita al entrar. Sustituye al uso tradicional de ponerse a la cola y preguntar al último de la fila: "¿Es usted el último?" o ¿quién da la vez? Era una ocasión para entablar una cortés conversación.

Llama uno a una empresa u organización de cierto fuste. Contesta una voz neutra: "Llama usted a la organización tal. Si desea hablar con Dirección, marque uno; si desea hablar con Atención al cliente, marque dos; si desea hablar con Relaciones Institucionales, marque tres…" Y así hasta completar la retahíla. Naturalmente, uno se confunde y se ve obligado a repetir la llamada.

Las calificaciones de "bueno" o malo" o equivalentes ya no son suficientes para estimar nada. Ahora se precisa una puntuación de uno a diez en una escala con intervalos iguales. Si se acompaña un decimal, la cosa parece más científica. No es fácil comprender la escala Richter para medir la intensidad de un terremoto, ya que se trata de una escala logarítmica. Pero los periodistas saben que la noticia sobre un sismo debe precisar numéricamente su intensidad con un decimal. Si está cerca de la audiencia es más grave. Ese dato se hace a ojo.

Las escalas numéricas resultan imprescindibles para manejar la placa de la cocina, el microondas y demás cachivaches para cocinar. La operación de ver la tele consiste en manejar un "mando" lleno de números y símbolos ininteligibles. Las cadenas de la tele podrían llamarse con nombres más o menos poéticos, pero se designan con números: la sexta, la 13, etc.

Las informaciones sobre la Bolsa o los datos de las encuestas electorales se traducen necesariamente de forma numérica. ¿Qué serán los "puntos básicos"? ¿Y el "interés cero"? Qué gran invento fue el de los llamados números árabes (realmente provenían de la India), una convención internacional, puede que la única completa que exista. Hay que imaginarse todas las informaciones dichas con números romanos. Definitivamente, debemos creer en el progreso.

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