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Amando de Miguel

La miseria de la globalización

No existe nada parecido a una liga de Estados democráticos, cosa que sería una base de progreso y paz para nuestro mundo atribulado.

Cierto es. La Tierra semeja un diminuto globo azul en la inmensa negrura del espacio. Pero sigue siendo el único hogar para la especie humana. La cual aparece compartimentada en etnias (antes decían "razas"), naciones, regiones, lenguas, religiones y otras formas de adscripción. Entre las cuales no reina siempre la armonía o el entendimiento. Si acaso, lo único realmente global es el catolicismo, que significa la abolición de las fronteras entre los fieles y los gentiles o paganos.

Las guerras de religión, las tribales o nacionales se encuentran actualmente (ahora se dice "a día de hoy") tan encarnizadas como siempre. Las sedicentes Naciones Unidas no lo son realmente. Las agencias especializadas de esa organización representan el epítome de la inoperancia. La ONU es un resto del esquema vencedor de la II Guerra Mundial. La tercera guerra mundial in nuce es el terrorismo islamista, que se halla más vivo que nunca. Solo le falta manejar drones en gran escala para constituir una verdadera amenaza mundial. De momento su capacidad de avance resulta muy limitada, dado que los islamistas se matan y se aborrecen entre ellos. Es el caso de la inacabable guerra de Siria e Irak, precisamente el territorio donde nació la civilización europea.

Lo más parecido a una cierta globalización han sido históricamente los imperios, empezando por el romano y siguiendo por el español, el británico y en nuestros días el norteamericano. Pero ni siquiera se mantiene ya la hegemonía de los Estados Unidos, salvo en las comunicaciones internéticas y la industria del entretenimiento. A la ausencia de un imperio se dice ahora que se trata de una realidad multipolar o multilateral.

La era de Donaldo Trompeta, que acaba de comenzar (ahora dicen "arrancar"), revive el espíritu nacionalista que se creía superado. Por ese lado más bien parece una cura de realismo. Adiós a los sueños de la globalización política. Rusia y China (ambas con poder de veto en las Naciones Unidas) son dos formidables actores en el ruedo mundial. El problema es que nunca conocieron una experiencia mínimamente democrática. No existe nada parecido a una liga de Estados democráticos, cosa que sería una base de progreso y paz para nuestro mundo atribulado.

Lo único realmente global es el sistema de notación numérica. Con diez dígitos, que todo el mundo escribe de la misma forma, se pueden representar todas las cantidades. El sistema de diez dígitos lo trajeron de la India los musulmanes hace mil años y ha acabado por ser el único lenguaje universal. Se acerca algo a ese ideal la cronología, de base cristiana. Ahora nos unen a casi todos los humanos las llamadas redes sociales, pero son más las instancias que nos desunen y nos enfrentan. Por ejemplo, nunca como hoy han estado tan vigentes los pasaportes, visados y cuotas migratorias. Casi mejor alejar el sueño de una especie de Estado mundial. Sería lo más parecido a una diamantina dictadura.

La ilusión globalizadora resulta sarcástica en España, donde nuestra verdadera preocupación es la amenaza de las secesiones territoriales. No nos engañemos: ya ha comenzado suavemente con el original "Estado de las autonomías" que nos hemos dado. Es más bien una especie de reinos de taifas o de confederación de tribus ibéricas. Da la impresión de que el Estado español carece de autoridad en algunas regiones, como Cataluña, Navarra o el País Vasco. ¡Como para seguir hablando de globalización!

En España

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