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Amando de Miguel

La razón de estos parvos escritos

Siempre seguiré con mi ferviente pesimismo. El libro de las Memorias lo traduce en grado sumo. Es la escritura más auténtica y enteriza de todas las que he emprendido.

Alfonso González Cachinero (Málaga) me anima al contrarrestar la opinión de algún comunicante que me tacha de cansado y de aburrido. Peor es otro libertario, quien me acusa de ignorante o de nesciente, y eso semana tras semana. A don Alfonso mis comentarios le parecen estimulantes, no sectarios e influyentes. Me alegra que lo que aquí se estampa pueda servir a alguien. Desde luego, ni yo me siento cansado, ni me aburre emitir comentarios sobre todo lo humano a propósito del habla de mis contemporáneos, a menudo compatriotas. Nada de lo humano me es ajeno, como dijo el clásico. Lo preferentemente humano es el habla, aunque sólo sea por gestos. Es el recurso de capital más generosamente distribuido, puesto que es gratuito y utilísimo.

Félix Rodrigo García percibe "desaliento" en mis escritos recientes. Lo atribuye a la comprobación de que la lengua común se degrada, lo que representa una "auténtica tragedia social". No es lo que me produce más desaliento, por mucho que aquí me fije sobre todo en el habla de los españoles. Por otra parte, la lengua común no siempre se degrada. No todos los españoles son tan iletrados como algunos gobernantes. Aconsejo a don Félix que se introduzca en mi último libro, Memorias y desahogos, donde hay también esperanza y otros muchos sentimientos. Por cierto, lo presento en Madrid el próximo lunes, 27 de septiembre, en la Fundación Del Pino (Rafael Calvo, 39, junto a la Castellana, metro Rubén Darío). Oficia el bautizo Carlos Herrera, crisóstomo de la radio. Espero que sea la ocasión para que nos encontremos personalmente algunos libertarios. Esto de la internet posibilita la comunicación, pero al final el cara a cara resulta insustituible.

Por cierto, mi cofrade Pepe Cavero se queja de que mi libro de Memorias transpire un continuo y escrupuloso deseo salvífico (él me conoce muy bien, pues hemos compartido algunas fatigas periodísticas). Es cierto, llevo tan dentro la socialización religiosa que toda mi obra se ve transida de esa urgencia de salvar al mundo, a los que me rodean, a mí mismo. Es consecuencia de un exceso de sentido de culpa. Es algo que no puedo evitar, pero que, por otra parte, es el secreto de una intensa dedicación al trabajo (aun jubilado), de una insaciable curiosidad intelectual. Inevitablemente soy un hombre de mi tiempo y de esta sociedad española que me envuelve y me confunde. Lo de las disquisiciones sobre el habla es solo un estímulo para ponerme a cavilar sobre el mundo que me rodea. Siempre me parecerá perfectible. Por lo mismo, siempre seguiré con mi ferviente pesimismo. El libro de las Memorias lo traduce en grado sumo. Es la escritura más auténtica y enteriza de todas las que he emprendido. Espero que los lectores me ayuden con sus impresiones. Siempre se puede llegar a entender mejor la vida de uno. Para mí, esa es una tarea moral que debo emprender todos los días. Cuando empiece a perder esa curiosidad, habré enfilado definitivamente el último recodo del camino.

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