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Amando de Miguel

La vida y los sueños

En el idioma castellano mantenemos una deliciosa confusión: empleamos la misma palabra en plural, los 'sueños', para designar dos realidades algo distintas.

Cuidado que hay variedad en las biografías de las personas que nos rodean, pero sus sueños son todavía más heteróclitos. Se diría que el dormir es el momento en el que se ejercita la reprimida vocación de capricho y extravagancia que todos llevamos dentro. Aun así, hay ciertos sueños que se repiten en personas muy distintas. Por ejemplo, la sensación de estar volando, o mejor, flotando en el aire. O también la llamada pesadilla de examen, la angustia de no saber contestar a las preguntas del profesor o cualquier otra forma de autoridad. Freud alude a ellas.

Asombra la capacidad que tenían los pacientes de Freud o de Jung cuando reconstruían sus sueños hasta componer historias perfectamente montadas. Parecían individuos muy cultos, seguramente judíos. Con esa pequeñísima muestra se tejió la más influyente teoría de los sueños. A cualquier cosa llaman chocolate las patronas.

La experiencia de mucha gente es que en los sueños las historias no concluyen, no dibujan una trayectoria lineal, se pasa rápidamente de una escena a otra sin que al soñante le llame la atención tal caos. Si se observa bien las actividades de los niños, su ritmo vital es un poco ese desorden de empezar una cosa antes de terminar la otra. A los adultos nos marea un poco la vitalidad infantil.

Es cierto que en la vida corriente de muchos españoles adultos hay todo tipo de realizaciones que se abandonan antes de concluirlas. Digamos que lo nuestro es un poco el modo onírico de la vida, o quizá una cierta infantilización de la existencia. De ahí, por ejemplo, nuestra forma de conversar a gritos, como si los que participan en la conversación estuvieran tenientes de los oídos. Lo que realmente ocurre es que los intervinientes desean llamar la atención. Ocurre incluso en las conversaciones a través del teléfono cuando se realizan en un lugar público.

La queja de que los planes se retrasan se ha sintetizado en la expresión "la obra de El Escorial"; se supone que sufrió muchas dilaciones. Mal traído está el ejemplo, pues El Escorial (el edificio más grande de su tiempo) se construyó en un plazo brevísimo; hoy no se podría realizar con tal celeridad, a pesar de los medios técnicos con que ahora contamos. El estilo peculiar de los españoles, puestos a emprender cualquier iniciativa, es no terminarla a tiempo o no del todo. Ya digo, con el ritmo que sucede en los sueños. Es ya un clásico la exasperante lentitud de los procesos judiciales en España o la resolución de los trámites administrativos.

Lo contrario de los sucesos trepidantes de los sueños son las obras bien hechas que caracterizan a los buenos artistas y artesanos. Pero esa es una idea que se aleja mucho del vivir cotidiano de los españoles del común. No es casual que artistas y artesanos tengan tan escasa consideración entre nosotros.

En el idioma castellano mantenemos una deliciosa confusión: empleamos la misma palabra en plural, los sueños, para designar dos realidades algo distintas. La primera son los sucesos o escenas que se representan cuando dormimos. La segunda alude a la imaginación de un futuro placentero en el que se recrea uno con ilusión y deseo. La primera podría ser sueños nocturnos y la segunda, sueños diurnos. Cuando la sabiduría popular asegura que "los sueños se cumplen", el dicho se puede aplicar a los dos sentidos anteriores. Por un lado, lo que soñamos mientras dormimos puede ser la premonición de algo que va a suceder. O también algo de lo que deseamos ardientemente se puede realizar alguna vez. Ambos sentidos manifiestan una creencia voluntarista, que viene a ser la opuesta al fatalismo. Objetivamente, los españoles tienden a ser fatalistas, lo que les proporciona una cierta seguridad. Aun así, está mejor visto aparentar que uno es voluntarista, esto es, que domina los sucesos inciertos del porvenir. En ciertas tradiciones antiguas se sostenía que esa premonición del futuro se podía producir a veces en los sueños nocturnos. Me temo que se tratara de un efecto literario o mítico más que otra cosa. A los españoles que pasamos por el Bachillerato de antes nos impresionó la obra La vida es sueño de Calderón de la Barca. Parece que al otro Segismundo, a Freud, también le hizo efecto.

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