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Amando de Miguel

La vieja nueva política

Contrariamente a la letanía común, si un partido se definiera de centro, se hundiría. Por lo menos no representaría la "nueva política".

No me refiero solo a los llamados partidos emergentes. Los cuales arrastran muchos genes heredados del pasado, como se puede colegir fácilmente. Es algo más comprensivo. No es la primera vez que se habla de "vieja y nueva política". Hace algo más de cien años José Ortega y Gasset lanzó a los cuatro vientos intelectuales la famosa dicotomía.

El hecho es este: estamos a punto de inaugurar un nuevo régimen. Lo deseable es que sea más democrático que el que ahora fenece con todos los honores. Antes de remozar la Constitución, menester será arreglar el sistema de partidos, que se ha quedado tan estrecho.

Primera providencia. Todos los partidos que ocupen escaños en el Congreso de los Diputados deberán representar al conjunto de los españoles. Parece un principio fácil de aceptar, pero no todas sus consecuencias. Por ejemplo, no debería sentarse en el Congreso un partido que se llamara Izquierda Republicana de Cartagena o algo parecido. En los actos organizados por cada partido se hallará bien visible la bandera de España. Parece una exigencia elemental, pero no se cumple. Da vergüenza tener que enunciarla.

La condición más difícil y necesaria para los partidos de la nueva política es que los partidos dejen de percibir subvenciones públicas directas o indirectas. Dicho de otra forma, los partidos no deben financiarse a través de los impuestos.

No es solo que los partidos deban perseguir la posible corrupción de sus dirigentes y no esperar a que lo hagan los periodistas o los fiscales. Antes de eso deben oponerse resueltamente a que la carrera política sirva para enriquecerse, aunque sea con todas las de la ley.

Más exigencias. Todos los partidos deben aprestarse a reducir los gastos del erario. Lamentablemente, de momento todos lanzan iniciativas para expandirlo con nuevas agencias, empresas, oficinas, comisiones y otros artilugios bendecidos como "públicos".

Una de las herencias de la vieja política es el ideal del centrismo. No señor. Una democracia sana exige que los partidos se orienten ora a la derecha, ora a la izquierda, de manera nítida, sin complejos. La derecha se ocupará más de la libertad y la izquierda de la igualdad. Ambos valores son necesarios. No vale el truco autoritario de que un solo partido pueda impulsar ambos valores. Solo sería posible en el caso de un partido único (el Movimiento Nacional, el Partido Comunista en el poder), pero eso es la negación de la democracia.

Contrariamente a la letanía común, si un partido se definiera de centro, se hundiría. Por lo menos no representaría la "nueva política". Otra cosa es que se muestre moderado en sus juicios, cosa deseable por todos.

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