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Amando de Miguel

Lecciones de cosas

No acierto a entender que un enfermo crónico tenga que emplear tantas ideas y venidas para obtener recetas y solicitar la oportuna revisión

En estos escolios sobre la lengua procuro agruparlos de forma temática para lograr un mayor interés. No obstante, veo que las cuestiones léxicas se desparraman por múltiples avenidas de carácter ideológico, histórico, político, etcétera. Al final me parece que esto acaba siendo una réplica de una asignatura maravillosa que teníamos en el bachillerato. Se llamaba Lecciones de cosas y ahí cabía todo. No solo el texto nos llevaba a explicar el mundo físico que nos rodeaba, sino que el profesor aprovechaba para enriquecer ese mundo con toda suerte de aditamentos. Creo que por entonces mi vocación de mayor era la de llegar a ser profesor de Lecciones de cosas. Ahora que lo miro, creo que esa es realmente mi profesión. Esta seccioncilla da fe de ello en la medida en que las cosas acaban siendo nombres, palabras, ideas. La razón es que aquí trabajo a la demanda. Es decir, escribo sobre lo que escriben los libertarios. Empezamos por la lengua y acabamos hablando por escrito de casi todo lo divino y humano.

Francisco Zugasti me manifiesta la irritación que le ha producido la frase de Patricia Flores, viceconsejera de Asistencia Sanitaria de la Comunidad de Madrid. La frasecita se las trae: "¿Tiene sentido que un enfermo crónico viva gratis del sistema sanitario?". Don Francisco pide la dimisión de la señora viceconsejera por haber formulado una pregunta retórica tan impertinente. Habrá que ver si pronunció tal desatino, pero así es como ha quedado en los medios. Mi opinión es la que comparte mucha gente. Si alguien tiene derecho a que se le atienda gratis por el sistema sanitario es el enfermo crónico. Aunque también es verdad que el "gratis total" no debería existir en ningún servicio público, pero ya digo que un enfermo crónico se halla particularmente desasistido y necesitado. Por cierto, no acierto a entender que un enfermo crónico tenga que emplear tantas idas y venidas para obtener recetas y solicitar la oportuna supervisión. Me parece que son inútiles controles para situaciones que son perfectamente claras. Aunque supongo que, en esto como en todo, puede haber abusos. La situación de enfermo crónico se determina livianamente cuando el médico prescribe: “Estas pastillas las va a tomar usted de por vida”, es decir, hasta que se muera.

Hablando de muerte, me llega el conmovido comentario de mi antiguo compañero de colegio, Dionisio Pérez-Villar, sobre el aniversario del asesinato de Fernando Múgica Herzog, que también iba a nuestro colegio de Aldapeta. El comentario me deja triste y nostálgico. Lo recibo al tiempo de la noticia de que el Gobierno vasco va a subvencionar a los terroristas por no sé qué sufrimientos. El mundo al revés.

No me olvido de las cuestiones léxicas. José Antonio Marínez Pons, siempre tan ilustrado, me dice que lo del nombre de Cicerón (algo relacionado con los garbanzos) no era más que un cognomen o apodo familiar. En Roma, esos apodos pasaban muchas veces a ser verdaderos apellidos que se transmitían por herencia. Ahora que lo pienso, eso de los apodos convertidos en nombres verdaderos se da perfectamente en nuestra cultura occidental. Ahí tenemos al Cid Campeador o a don Quijote de la Mancha. Siempre me ha parecido un misterio por qué tenemos un nombre que dicen "propio", aunque realmente sea heredado.  ¿Por qué determinadas profesiones, como los escritores o artistas necesitan ser conocidos por pseudónimos o nombres artísticos? Hay determinadas personas marginadas o del hampa que llevan adscrito el apodo o el alias como parte de su identidad. Es el caso de algunos terroristas vascos o de algunos célebres delincuentes. Ya sé que uno se puede cambiar el nombre y los apellidos en el Registro Civil, pero no veo que esa acción sea frecuente. El nombre de uno condiciona su vida de forma terminante.

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