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Amando de Miguel

Libertad de movimientos. ¿Para qué?

Una de las libertades básicas del hombre civilizado es la de poder moverse de una localidad a otra, de uno a otro país.

Una de las libertades básicas del hombre civilizado es la de poder moverse de una localidad a otra, de uno a otro país. Durante la Edad Media europea tal libertad se redujo a un mínimo. Solo se concedía excepcionalmente a los clérigos, a los peregrinos, a determinados gremios y a los habitantes libres de algunos burgos. Eran los burgueses, es decir, los que se sentían libres de vasallaje; en todo caso se consideraban dependientes directamente del Rey. En la Europa central eran los pies polvorientos, que incluían también a comediantes, mendigos y otros marginales.

En la Edad Moderna se va abriendo poco a poco la libertad de viajar y comerciar. Las Constituciones del siglo XIX consagran esa libertad, restringida solo a los momentos de guerra y, naturalmente, a la capacidad económica de los viajeros. A finales del siglo XIX se empieza a generalizar el turismo, esto es, el viaje por placer, hasta entonces reservado a una restringida minoría de aristócratas acaudalados.

Llegados al siglo XX, se alcanza el máximo histórico de libertad de movimientos de país a país. Bastaba solo con tener dinero para ello, si bien los transportes se habían abaratado mucho con la invención del vapor. El proceso se interrumpe con la Guerra Europea o Primera Guerra Mundial. Empiezan a generalizarse pasaportes, visados y cuotas migratorias. En ello estamos todavía, y ahora de modo más estricto. Tanto es así que nos parece lo normal, lo que siempre ha existido.

En los tiempos que corren, por miedo al terrorismo o por un exceso de nacionalismo, hemos retrocedido bastante en la conquista de la libertad de movimientos. Se acepta dentro de cada país y para los turistas internacionales. Pero es cada vez más férreo el control de pasaportes, visados y cuotas migratorias.

En Europa y Estados Unidos se mantiene la tradición popular de facilitar la entrada de turistas, estudiantes y trabajadores. Pero los Gobiernos refuerzan cada vez más los controles para los extranjeros que tratan de cambiar de país, a veces por razones bélicas o políticas (refugiados).

Mientras no se asegure la completa libertad de movimientos de país a país, aun con todos los filtros de seguridad, no se puede hablar seriamente de democracia o de progreso. Ahora está de moda castigar al presidente de los Estados Unidos por sus decretos contrarios a la libertad de movimientos de los extranjeros. Sin embargo, es algo que en la práctica se sigue con naturalidad en muchos otros países. El caso de los Estados Unidos resulta llamativo, pues se ha constituido en poco más de dos siglos con masivas oleadas de inmigrantes. Ningún presidente de los Estados Unidos puede decir que era descendiente de los indios nativos.

Frente a la leyenda nacionalista de que "los extranjeros vienen a quitarnos el pan", la realidad es la contraria: vienen a desempeñar las tareas más duras que rechazan los nacionales. Lamentablemente, con las emigraciones masivas también se trasladan muchos delincuentes organizados e incluso terroristas. Este es el problema que nadie sabe cómo se va a resolver. Digamos que es otra historia sobre la que habré de volver.

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