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Amando de Miguel

Los complejos nacionalistas

Y sin embargo, José Luis Pérez Díez quiere ser conocido como Josep Lluis Carod-Rovira. Es muy dueño de manifestar el fanatismo onomástico del renegado.

Marcel (Barcelona) escribe: "me gustaría expresarle mi total disconformidad con algunas de las ideas [publicadas aquí por mí]. [Por ejemplo] Es totalmente falsa la idea que intenta transmitir: que la lengua española está en peligro en Cataluña". Pues no estamos totalmente en desacuerdo. Lo que yo sostengo es que el español va a sobrevivir en Cataluña (aunque más bien como idioma hablado), solo que el Gobierno catalán hace todo lo posible por erradicarlo. Don Marcel confiesa que le "gustaría vivir en un país monolingüe en que solo la lengua catalana fuera oficial". Sin embargo, matiza:

No voy a oponerme a la lengua española, no tengo rencor alguna hacia ustedes, los que se sienten nacionalmente españoles, ni contra la lengua española, pues considero que todas las lenguas son una fuente de cultura, y que cuando una lengua se extingue, se extingue un modo de ver el mundo.

Pero sólo quiero decirle que me opongo a que el castellano sea oficial en Cataluña porque nunca ha sido la propia del antiguo Principado.

Don Marcel sostiene que, si se habla español en Cataluña, "es porque fue impuesto en la vida oficial a pedir de la derrota en la Guerra de Sucesión". Me pregunto, entonces, por qué el catalán Juan Boscán escribió pulidamente en español mucho antes de que llegaran los borbones a España. Don Marcel está a favor de la "libertad positiva", donoso término para significar que la enseñanza infantil se realice obligatoriamente en catalán.

Respecto a la polémica de los nombres propios, don Marcel toma partido de esta forma: "¿Verdad que no le gustaría que le llamasen senyor Amand de Miquel? Pues no le diga a mi paisano don José Luis Carod Rovira". Pues no me importaría nada que en Cataluña me llamaran senyor Amand de Miquel. Después de todo, el santo original fue San Amand, el evangelizador de Bélgica. Es más, resulta una sana costumbre traducir los nombres egregios a otros idiomas. Así a nuestra Isabel la Católica, en inglés se dice Queen Isabella of Castille. Al gran William of Ockham, en español lo llamamos Guillermo de Occam.

Don Marcel se siente muy satisfecho de su conducta lingüística: "soy catalanohablante y siempre uso el catalán, incluso para dirigirme a personas que residen en Cataluña pero que no hablan el catalán". Concluye el hombre:

Un último detalle: ¿verdad que escribo mejor que muchos cuya lengua primera es el castellano? Pues le voy a decir que he sido educado con el método de inmersión lingüística, y de hecho, la mayoría de alumnos catalanes dominan tanto o más el castellano que sus compañeros del resto del Estado.

Siento decepcionar a don Marcel, pero su castellano deja mucho que desear. Por encima de la forma, lo que me llama la atención es la lacerante inseguridad que transmite su memorial de agravios, el resentimiento y la petulancia. No es nada sorprendente. Son rasgos que aparecen en muchos de los escritos que me dirigen los separatistas catalanes, vascos o gallegos.

José María ha investigado la filiación correcta de Josep Lluis Carod-Rovira.

Su padre fue el número de la guardia civil José Luis Pérez Almécija y su madre la señora Elvira Díez Rovira. Son naturales de la provincia de Zaragoza, pero sus familiares se establecieron por todos los rincones de España donde la saga militar de los Pérez Almécija se remonta a varias generaciones.

El lugar de nacimiento de los hijos, José Luis Pérez Díez (hoy conocido como Josep Lluis Carod-Rovira) y de Juan de Dios Pérez Díez (hoy conocido como Apel.les Carod-Rovira) es desconocido pero probable que los echaran al mundo en alguna casa cuartel de la provincia de Teruel.

Lo cierto es que, desde muy pequeños, los Pérez Díez se establecieron en Cambrils, donde estaba destinado el padre guardia civil en tareas de vigilancia y protección de Tarragona.

Los hijos estudiaron y crecieron en el ambiente españolista de las casas cuartel, pero pronto toman contacto con intelectualoides independentistas, gracias a que José Luis Pérez Díez entra en el Seminario de Tarragona para formar parte del clero.

José Luis, rebotado de cura, abandona la sotana, y, como alma que lleva el diablo, comienza a estudiar filología catalana; escribe sobre su admirado Rovira i Virgili (el que parió que existía una raza catalana inspirándose en la raza aria alemana de Hitler) y se afilia al PSAN (Partit Socialista de A'liberament Nacional), al BEAN y después a Nacionalistas d´Esquerra).

Resumiendo: el Rovira lo toma de la lejana rama catalana-aragonesa de su madre y el Carod para honrar la única lejana gota de sangre catalana que corre en algún capilar de su padre. Su progenitor está actualmente retirado y se dedica a pescar en Tarragona para superar el fracaso como educador de sus hijos. El otro hermano, Juan de Dios, se puso como nombre de pila Apel.les (en honor al poeta y escritor). Ya ven que el cambio de nombre es contagioso en esta familia.

Recuerden: José Luis Pérez Almécija + Elvira Díez Rovira es igual a José Luis Pérez Díez Almécija Rovira. Cuando una región necesita líderes de esta calaña es que algo va mal. Cuando además se avergüenzan de sus padres es para llorar.

Añado: Y sin embargo, José Luis Pérez Díez quiere ser conocido como Josep Lluis Carod-Rovira. Es muy dueño de manifestar el fanatismo onomástico del renegado.

Pedro Campos insiste en que "la norma es que los nombres propios de personas de otras lenguas no se traducen al castellano, con contadas excepciones: los nombres de reyes, reinas, príncipes, princesas y papas". Tan enfática norma, interpretada por don Pedro, o don Pere, viene a cuento de lo siguiente: "Su pretensión de llamar a un catalán con un nombre castellano es, sencillamente, querer convertirle en quien no es, despojarle de su identidad, humillarlo. ¿Es que le molesta que los catalanes hablen catalán, que sus nombres no sean iguales a los de su tierra zamorana? ¿Qué diría usted si un zamorano lo llamaran Josep o Jordi en Cataluña? Pondría el grito en el cielo, seguramente, ante tamaña imposición". Se equivoca, don Pedro o don Pere. Los nombres propios se traducen muchas veces y no pasa nada. A Wifredo el Velloso muchos españoles lo llamamos así y no es ningún demérito. Lo mismo que decimos Cristóbal Colón, Fernando Magallanes, María Magdalena, San Pedro o Santiago. Cierto es que muchos otros nombres extranjeros, la mayoría, se conservan en su idioma original. Pero lo normal es que se traduzcan por razones de eufonía o de respeto. Si un zamorano llamado Jorge que lleva mucho tiempo viviendo en Nueva York lo llaman George, la cosa a mí me parece perfectamente plausible. ¿A qué viene la estolidez de que me molesta que los catalanes hablen catalán? Estos integristas lingüísticos empiezan a ponerse pesadicos.

Por si fuera poco, don Pedro o don Pere considera "ignorancia intuitiva" mi observación de que los gentilicios de las lenguas de comunicación se dejan traducir fácilmente, mientras que los de las lenguas étnicas se resistan a ello. Pero, repito, es una observación de un hecho, no una opinión, ni menos un deseo. No sé por qué puede ser tachada de "ignorancia" y no sé a qué santo viene lo de "intuitiva". En castellano decimos francés, inglés y ruso, es decir, traducimos esos gentilicios, así como Francia, Inglaterra o Rusia. Pero también decimos eusquera, tagalo, zulú, quechua, etc. En realidad, lo que se deja o no traducir es el gentilicio propiamente dicho, el nombre de la nación. En esto hay retrocesos, como Birmania, ahora Myanmar; o Ceilán, ahora Sri Lanka. Por lo mismo País Vasco es ahora Euzkadi o Cataluña es Catalunya. Esa aparente afirmación es un retroceso si se desea un reconocimiento de su idioma privativo.

Por último, registro la admonición de don Pedro, don Pere o don Petrus: "Usa usted el término diglosia de manera incorrecta, revise". ¿Pero quién es don Pedro, don Pere o don Petrus para decidir cuál es la manera correcta de entender diglosia? Fue una palabra inventada para interpretar la peculiar situación lingüística de Suiza por la que un idioma se utilizaba en el círculo familiar y otro en las relaciones oficiales o profesionales. Más tarde, el terminacho se amplió para comprender las situaciones en las que conviven dos lenguas, pero una de ellas tiene más prestigio o se asocia más al poder político y social. El resultado –a menudo conflictivo– es que los hablantes de la lengua más prestigiada o poderosa no necesitan aprender la otra lengua. En consecuencia resulta difícil mantener que las dos lenguas son "iguales". El drama de Cataluña, País Vasco o Galicia es que, durante mucho tiempo, el castellano fue la lengua de prestigio, pero no era la lengua privativa de esas regiones. Por tanto, se daba una situación de diglosia. En los últimos tiempos, con la llegada al poder de los nacionalistas, la diglosia se ha invertido: ahora es la lengua privativa la poderosa o prestigiada. El problema insoluble es que el castellano preterido resulta ser una lengua de comunicación internacional, una de las pocas que tienen tal estatuto. Se comprenderá ahora el haz de complejos que asalta a los nacionalistas.

Lo más curioso es que el término diglosia se utiliza, de modo reivindicativo, para protestar por el estado de preterición de una lengua. Pero, cuando da la vuelta la tortilla y esa lengua se convierte en dominante, ese mismo proceso se describe como normalización. Ahí se ve que la palabra nunca es inocente, y menos en las cuestiones de política lingüística. ¿Se comprenderá ahora por qué los don Marcel, los don Josep Lluis o don Pere se muestran tan resentidos y acomplejados?

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