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Amando de Miguel

Los dichosos nacionalismos

Lo que me preocupa no es tanto la crítica a los nacionalismos como el hecho de que se abre paso un latente prejuicio anticatalán o antivasco.

No hay manera. Se cumple la norma no escrita de que en todos los medios españoles hay que reservar un espacio para referirse a los nacionalismos, singularmente el vasco y el catalán. Los corresponsales me inundan de correos sobre el particular. Lo que me preocupa no es tanto la crítica a los nacionalismos (bien merecida) como el hecho de que se abre paso un latente prejuicio anticatalán o antivasco. Es precisamente uno de los efectos de los nacionalismos rampantes. Digamos que es una especie de profecía autoderrotante. Los nacionalismos insisten tanto en que el resto de los españoles están en contra de los catalanes y los vascos que al final se produce esa actitud. Es una desgracia para todos.

José María Navia-Osorio se hace cruces con la política de los Gobiernos de dar más dinero a las autonomías en lugar de embridarlas para impedir el derroche. Aduce que le gusta ese verbo de embridar porque es rural, auténtico y porque no cree que haya otro más apropiado. Pues le sugiero encabestrar, que es poner el cabestro a las caballerías. El cabestro es una "cuerda o correa que se ata al cuello de la caballería como rienda para conducirla o atarla con ella". Por analogía, encabestrar es "atraer o seducir a alguien para que haga lo que la otra persona desea". En este caso la gran mayoría de los españoles estamos a favor de que el Gobierno encabestre a las autonomías derrochadoras, y no digamos a las que tratan de independizarse. Otra cosa es que ese deseo general se consiga.

J. Miguel Vizcaíno critica el lema de los socialistas vascos en las últimas elecciones: "Estamos a lo que importa". Su comentario es que, a la vista de los resultados, esos socialistas no sabían muy bien lo que importaba a los vascos. La verdad es que como lema no resulta muy feliz, incluso por la forma. Creo que lo diseñaron con desgana, pues sabían que iban a perder. Claro que la duda se acrecienta: ¿por qué han desarrollado los socialistas en el País Vasco una política que va contra sus intereses? Ni Maquiavelo redivivo sabría decirlo.

Jesús García Castrillo hace una crítica filológica a la tesis del nacionalismo vasco por la que presume de que el vascuence es una lengua milenaria. Incluso se llegó a decir que era la que hablaban Adán y Eva. La opinión de don Jesús es que se trata de mitos impulsados por algunos jesuitas vascos en el siglo XVIII. Se añade al otro mito de los nacionalistas catalanes al enseñar a los niños esta superchería: "La guerra de 1936 fue de la Cataluña progresista y colonizada para independizarse del dictador sanguinario". Es evidente que esa tesis oculta el Tercio de Montserrat.

Jesús Laínz recuerda que el cardenal Gomá, catalán, fue el impulsor del mito de la guerra civil como una Cruzada. Se trata de un episodio que oculta ahora cuidadosamente el nacionalismo catalán. Lo cual manifiesta un "oportunísimo olfato político" de la Iglesia catalana, que ahora favorece la causa separatista. Se me perdonará que aduzca un recuerdo personal. En su día un consejo de guerra me condenó por criticar a un capellán catalán, quien predicaba precisamente la tesis del cardenal Gomá.

José Antonio Martínez Pons opina que en el posible referéndum de Cataluña ganaría el a la independencia "gracias a los votos de los charnegos que desean hacerse perdonar de serlo". Se fija en un detalle que suele pasar inadvertido: "En Cataluña no se habla de recuperar el Rosellón y la Cerdaña". Considero que ese asunto saltará pronto a la opinión pública. Los nacionalismos necesitan los irredentismos. Es algo que está en los manuales.

Fej Delvahe se fija en una paradoja: el PSOE tiende a aliarse con los nacionalismos cuando lleva en sus siglas la E de español. Sin embargo, esa E significa el ideal de un Partido Socialista a escala internacional. Por tanto, la E viene a ser el equivalente de su rama española. Así pues, no hay tal paradoja. 

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