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Amando de Miguel

Los nuevos filibusteros informáticos

Las pequeñas tribulaciones que cuento son consecuencia de unas prácticas comerciales que se fomentan como 'agresivas'.

Contaba yo aquí, como desahogo, unas pequeñas estafas que me habían hecho por vía telefónica o informática. Me lamentaba de mi mala suerte, de mi candidez o de mi inexperiencia. Lo hacía con propósitos pedagógicos, para que sirviera de enseñanza o de escarmiento. Pero recibo docenas de llamadas y mensajes de amigos y corresponsales contándome cuitas de parecido calibre. Por un lado, es un alivio lo del "mal de muchos, consuelo de todos" (o de tontos). Pero, por otro, me asombro de la extensión que toma algo que yo creía raro y excepcional. Los nuevos filibusteros solo necesitan armarse de teléfono más o menos inteligente. Coste, cero; alijo, cuantioso.

Me relatan mis comunicantes mil procedimientos para introducir un maléfico virus en los correos electrónicos. Basta con abrir ingenuamente los mensajes que uno considera atractivos. Lo más curioso es que a continuación llega la propuesta de un eficacísimo programa para eliminar los malditos virus. No sé si todo ello se halla encadenado o es una pura casualidad. Es algo así como las continuas noticias sobre robos en los domicilios y la propaganda de alarmas y empresas de seguridad. Para amedrentarnos más, se nos dice que se trata de bandas o mafias de extranjeros incontrolados.

Subsiste la pequeña estafa de algunos buzones de voz en los teléfonos. Parece que son una ayuda en la comunicación, pero realmente significan muchas veces un pequeño coste adicional por cada llamada. El negocio está en multiplicar esos céntimos sin importancia por miles o millones de llamadas. Se conoce que se trata de iniciativas emprendedoras, equivalentes a unos pingües bonus para los ingeniosos directivos o técnicos que las promueven. Todo legal, mas todo aprovechado, esto es, bastante malus.

Olvídense mis cándidos lectores de esas ofertas "gratis" que reciben continuamente por teléfono o por internet. Ya el hecho de aceptarlas suele implicar que se pone en marcha la máquina registradora. Es decir, se empieza a pagar. En esta vida hay pocas cosas que se den de balde, si con ellas alguien gana algún dinero.

Acudía yo el otro día, presuroso, a grabar un programa en la tele. A la salida del metro me para uno de esos arrojados voluntarios para ofrecerme no sé qué "gratis". Le contesté que iba con mucha prisa y que no podía detenerme. El mozo me replicó: "¿Y a dónde va usted tan deprisa?". Supongo que le habrían enseñado en el cursillo que es la pregunta que hay que hacer para que el futuro cliente se detenga. Pero ¿no será mucho preguntar?

Todos los días me llegan mensajes en el correo para que aproveche no sé qué descuentos en mis viajes de vacaciones. Algo debe de fallar con la base de datos, pues yo no suelo irme de vacaciones, y menos organizadas. Ignoro cómo es que me han metido en la lista de las personas que andan enmochiladas por los aeropuertos de medio mundo.

Las pequeñas tribulaciones que cuento son consecuencia de unas prácticas comerciales que se fomentan como agresivas. Por lo visto, se trata de un adjetivo encomiástico, aunque para mí sea degradante. Igual es que soy demasiado exigente. Eso me pasa por puritano.

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