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Amando de Miguel

Mandatos políticos limitados en el tiempo

Para desempeñar un puesto político no se exige ninguna calificación especial. Solo se necesita una infinita capacidad de sumisión.

Para desempeñar un puesto político no se exige ninguna calificación especial. Solo se necesita una infinita capacidad de sumisión.
Tarek/PP

¡Éramos muchos y parió la abuela! Quiero decir que, metidos como estamos los españoles en el laberinto de la desmembración de nuestro país, a ciertos políticos les da ahora por entretenerse en minucias. ¿Será para justificar la bicoca de sus pingües sueldos y otros beneficios? ¿O más bien que de ese modo escapista se libran de tener que esforzarse en la tarea de resolver los graves males que asolan a la patria?

Un ejemplo podría ser la recurrente cuestión de tasar la duración de algunos altos cargos políticos, excluido el del Rey. En principio, suena bien. Se razona que, si se limita el tiempo para ejercer de jefe de Gobierno o equivalente, habrá menos tentaciones para la corrupción política. Muy ingenuo me parece el argumento.

Nos puede valer el precedente del México contemporáneo. Uno de los principios de la revolución mexicana de hace más de un siglo fue que el presidente electo de la República no debía permanecer en su puesto más de seis años. Aquella revolución de poncho y canana odiaba el precedente de Porfirio Díaz, quien se atornilló en el dorado sillón de la presidencia durante décadas. Argumentaban los revolucionarios institucionales que la estadía de más de seis años al frente del poder sería una tentación insuperable para la coima sistemática. Sucedió aproximadamente lo contrario. Se aceptó el principio constitucional de la no reelección del presidente de la República para un mandato de seis años. En la práctica se abrió la escotilla para que los políticos se dieran prisa en afanar todo lo que podían, antes de que concluyera el periodo de Gobierno. La revolución mexicana, siempre permanente, ha sido el modelo para la corrupción institucionalizada.

En los tiempos que vuelan, puestos a aceptar el criterio de no reelección y de la limitación de los mandatos, lo razonable es que se extendiera a todos los puestos políticos. Incluyo, desde luego, a los padres de la patria que llevan años en la oposición tratando de llegar al poder y no lo consiguen. Más grave es el caso de los políticos que en toda su vida solo han trabajado para un empleador: el partido correspondiente. Después de una experiencia de tal guisa, el individuo en cuestión se halla moralmente incapacitado para pensar; debería retirarse y cobrar un subsidio de invalidez o cosa parecida. El único inconveniente es que entonces se reforzaría la presencia de una nutrida clase de personas que no sirven para nada y que vivirían bonitamente de la magnanimidad pública. Lo cual puede que ocasiones una especie de resentimiento en el resto de la población ocupada.

Así que volvemos a la casilla de salida, en este caso la frase con la que principia (ahora dicen "arranca") este artículo. Hay todavía una explicación encubierta de la propuesta sobre la limitación temporal de los mandatos políticos. Es la que funciona admirablemente y no se reconoce (ahora dicen "se admite"): la envidia. Es la gran pasión que mueve al mundo, y más todavía el de la política española, solo que da vergüenza exhibirla. Por eso los envidiosos de raza en estudiadas ocasiones se muestran tan humildes, tan cortos de miras. Mucho cuidado con ellos. En el mundo de la política la envidia es la gran señora, pues los puestos de mando deseados son escasísimos, mientras que son legión los aspirantes a ocuparlos. Nótese que para desempeñar un puesto político no se exige ninguna calificación especial. Solo se necesita una infinita capacidad de sumisión.

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