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Amando de Miguel

Monólogo sobre la lengua (VI)

Muchos de los nuevos significados que adquieren las palabras tradicionales proceden del inglés, el idioma que penetra por todas partes. Lo que en un principio parece un uso vulgar o desafortunado, acaba siendo admitido en la lengua culta.

El juego de los significados distintos se complica porque continuamente se nos ofrecen nuevas voces o algunas antiguas con otros significados. De momento no están en los diccionarios, pero lo estarán. Se apuntan algunas ilustraciones:

  • descontar = suponer, conocer de antemano, dar una cosa por sabida. (Procede de la jerga de los economistas y hombres de negocios).
  • aparente = manifiesto, patente. (Procede de la jerga científica).
  • recepcionar = recibir solicitudes, impresos o informaciones como parte de un proceso organizativo. (Procede de la jerga empresarial).

Sucede asimismo que algunos significados nuevos ya se han impuesto en el uso, pero todavía los puristas se resisten a admitirlos. Algunos ejemplos:

  • descambiar = devolver un artículo recién comprado canjeándolo por el dinero que se pagó o por otro artículo similar. El purista dirá que ese acto es "devolver", pero ese verbo carece de fuerza para indicar la acción descrita. La acción de descambiar se interpreta como una variedad del placer de comprar.
  • desapercibido = inadvertido, no percibido. El purista insistirá en que es "inadvertido", pero desapercibido añade el matiz de que "debía haber sido visto".
  • espónsor = patrocinador de un evento, la persona o entidad que apoyan esa actividad programada con fines publicitarios o de imagen. Aunque esa voz proceda del inglés, es clara su última raíz latina. Es una función utilísima en la actual vida profesional y mercantil.

La lengua está viva no solo porque una misma palabra admita varios significados, sino también porque el uso determina la imposición de un nuevo sentido que se impone al anterior o más convencional. Cumple ver algunos casos de esa transmutación:

palabra sentido anterior o convencional sentido nuevo (a veces todavía simplemente como uso)
cómplice colaborador en un delito participante en una relación amorosa o muy afectiva
conllevar soportar, sufrir con paciencia suponer
Derbi competición hípica de calidad competición deportiva entre dos equipos rivales o próximos
enervar debilitar, relajar excitar, irritar
evidencia certeza incuestionable hecho registrado a la espera de su comprobación
Evento suceso imprevisto acto programado

Muchos de los nuevos significados que adquieren las palabras tradicionales proceden del inglés, el idioma que penetra por todas partes. Lo que en un principio parece un uso vulgar o desafortunado, acaba siendo admitido en la lengua culta. Los anglicismos no deben llevar a una resistencia nacionalista a ultranza, aunque es mejor que se adapten a la estructura fonética del español. El ejemplo típico es fútbol (aunque también se oiga fúbol o fúrbol). Nadie dice foot-ball ni tampoco balompié.

No existe nada parecido a la soberanía lingüística, por lo menos en los idiomas romances o en los que hoy se consideran de comunicación internacional. Desde luego, eso es así en el español, un día dependiente del latín y del griego con conexiones que lo enlazan con el árabe, el hebreo y otras lenguas. A todo eso se añade hoy la formidable vinculación con el inglés ubicuo. El español coloquial está hoy entreverado de voces y giros procedentes del inglés, que en ocasiones se nutren, a su vez, de una fuente latina. Es inútil proponer términos castizos para todos esos extranjerismos. En unos pocos casos se consigue la adaptación, pero la corriente importadora sigue fluyendo incesante. Históricamente la mayor fuerza del castellano frente a los otros romances españoles estuvo en la mejor decisión del castellano para importar vocablos del árabe.

Es cosa comprobada que los anglicismos menudean en la parla de las personas que no hablan inglés y que debieran saberlo. Los anglicismos son tan corrientes en la conversación cotidiana que nos maravillaríamos si alguien nos hiciera ver esa tacha. Sería como aquella admiración que le produjo al buen gentilhombre saber que hablaba en prosa. Baste con recordar esa muletilla que tanto se prodiga, de hecho, calcada del inglés, y que carece de significación. O también esa moda de los gerundios sin ton ni son, que en inglés se necesitan y en español empalagan cuando no se manejan con tino. No digamos el abuso del pronombre personal en los verbos, sobre todo el "yo". El vicio es general; por tanto, resulta poco reprobable.

El abuso del gerundio resulta estragante en el presente continuo: "estamos hablando", "están ustedes escuchando". Se prodiga mucho en la radio, en los debates y en los títulos de los libros.

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